La selección brasileña peleará a partir del próximo jueves por su sexto título como campeona del mundo. Anfitriones de este nuevo festín futbolístico, los brasileros parten como máximos favoritos para el triunfo final, pese a las críticas recibidas en el último amistoso premundialista.
Scolari no se inquieta, minimiza los pitos y abucheos de su propia afición. Afincado en el resultadismo, el único objetivo del técnico es sacar adelante los partidos. Si al terminar la competición sus hombres levantan el trofeo, que su juego haya sido vistoso o aburrido quedará en segundo plano, tratará de convencerse el técnico.
Pero los amantes del fútbol no se conforman con el éxito o, por decirlo con otras palabras, el éxito no se cifra solo en la victoria, sino también en la defensa de un estilo de juego. Brasil es, por excelencia, el Brasil de los setenta, con Rivelino, Jairzinho, Tostao y Pelé, sobre todo Pelé. Y también es el Brasil del ochenta y dos, aun sin resultar campeones, con Sócrates, Falcao y Zico. Todos ellos hicieron nacer y crecer la leyenda del bello jugar o, como tantas veces oiremos estas semanas, del añorado jogo bonito.
A buen seguro, no será el único lusismo o palabra portuguesa que emplearán locutores y redactores durante este torneo. A la ya resaltada con negrita, sin duda habrá que añadir el término con que se designa a la hinchada brasileña: la torcida, término ya recogido en el Diccionario del español actual, de Seco, Andrés y Ramos.
Y aunque suponga una incógnita si los ciudadanos apoyarán el Mundial o prescindirán de celebraciones para continuar con sus protestas, difícil será que no asome por labios y teclados periodísticos la infaltable samba.
El público, en cualquier caso, siente nostalgia del Brasil preciosista de antaño. Lástima que a Scolari no le importe renunciar a la imaginación, a los malabares de fantasía y a los regates de cola de vaca, ese quiebro que en la memoria de los españoles quedará siempre asociado a Romario y la cintura rota de Alkorta.
Scolari persigue el triunfo a toda costa (pero sin Costa), aunque sea tras un encuentro deslucido y a balón parado, con una folha seca en falta lanzada de arriba abajo o con un penalti transformado en gol tras una paradinha o paradiña, con eñe, según la grafía ya españolizada del diccionario Clave.
La selección brasileña, en fin, sufre el síndrome del hermano pequeño, padece continuas comparaciones con los onces de Pelé y Falcao, cuando esa magia no se encuentra en el juego de espacios y desmarques de esta generación.
Por supuesto que los pupilos de Scolari dejarán destellos de calidad, pero no serán más que eso, chispazos, luces que proyectan sombra, gestos que destacan sobre la base de un planteamiento táctico más rocoso que alegre. Resaltarán, pues, por su singularidad, no como característica de juego.
Y así, del mismo modo, en las crónicas futbolísticas, para diferenciarlas de las palabras en español, lo apropiado conforme a la Ortografía será marcar con cursiva los extranjerismos no adaptados: jogo bonito, folha seca y paradinha; mientras que se emplearán en redonda otros lusismos no ajenos al sistema ortográfico español: samba, cola de vaca, torcida y, si se opta por escribirla así, paradiña.
En redonda, sí, para que el Brazuca pueda por fin echar a rodar.