El fútbol, puro teatro (II)  (CRÓNICA)

Foto: ©Archivo Efe/Sergio Barrenechea

Así como un partido consta de dos tiempos, la presente crónica es continuación de la publicada hace una semana —como recordarán— sobre términos propios del teatro habituales en el lenguaje futbolístico. Se trata de una segunda parte o, como también se dice, del segundo acto: «Nada más comenzar el segundo acto, apareció Córdoba para aprovechar un despiste del portero».

Claro que la cosa va más allá de la mera división en actos. Si atendemos a la estructura clásica de un obra, encontraremos que el fútbol también echa mano de palabras como presentación («Miku alaba el fútbol de Paco Jémez en su presentación»), nudo («En el 70, Cavaleiro volvió a poner un nudo en la garganta a la parroquia local con una ocasión muy clara») y desenlace («La expulsión de Gabi Fernández condicionó la segunda parte y el desenlace»).

A partir de ahí, desde el momento en que los partidos se conciben como material narrativo o de relato, ¿cómo no hablar de argumentos?: «Nervios y más nervios en el Atlético, sin argumentos para superar al Barça». Eso sí, en este caso, estamos ante un uso algo forzado, pues argumento es ‘razonamiento para demostrar algo’ o ‘asunto de que trata una obra’.

¿Carecía el Atlético de razonamientos contra el Barcelona? No exactamente. Aunque la expresión está tan asentada que se entiende, a buen seguro habría sido más preciso optar por «… un Atlético sin recursos / sin ideas / impotente / incapaz» o «… un flojo Atlético»,  desmadejado incluso, adjetivo que remite a madeja, lo que de inmediato nos conducirá a una trama: «La trama del partido se había enredado».

El enredo, a propósito, no solo forma el conflicto central de una obra, sino que también puede ser una maraña de rebotes y pies intentando despejar y disparar a gol a un mismo tiempo: «Bacca solucionó un enredo en el área rival con un gol en el minuto 90».

Por supuesto, es comprensible que se deslice esto del argumento y la trama si cada dos por tres se alude también al guion (sin tilde) o al libreto: «El guion del partido, sin embargo, tenía reservadas más sorpresas» o «Ideas arraigadas en el libreto del técnico azulgrana, que Mascherano transmite con viveza y fluidez».

En este sentido, cuando se cumple a la perfección lo entrenado a lo largo de la semana, en vez de disputarse encuentros, parecen celebrarse recitales y sinfonías: «Comenzó Griezmann su recital con un chut seco y certero con la zurda» o «Krohn-Dehli, omnipresente, dirigía con batuta sólida la sinfonía del Celta».

Y si, al contrario, nada de lo ensayado funciona y además se encadenan resultados adversos, empezará a oírse un runrún en el estadio y peligrará el puesto del entrenador por no acertar con la partitura: «Una cosa es perder la confianza en su director de orquesta y otra bien distinta es estar de acuerdo en cómo suena la partitura», dijo el presidente del Granada en referencia a Caparrós.

La posibilidad intermedia entre ganar y perder es que el equipo empate, en cuyo caso podrá hablarse de reparto, en este caso de puntos, no de actores de un elenco.

Por otro lado, si el público está disconforme con el juego o con el resultado, no mostrará su desaprobación golpeando con los pies en el suelo como en el teatro, esto es, no se dedicará a patear, acción que en los estadios solo es propia del futbolista que chuta hacia la meta contraria. Más probable es que los aficionados se desahoguen silbando, ya sea a su equipo o al rival que engaña al árbitro al hacer teatro, por ejemplo, exagerando un gesto que era más caricia que manotazo en la cara.

Los asistentes al campo, por cierto, no se limitan a juzgar la actuación de unos y otros, sino que pueden llegar a influir en el ánimo del equipo que juega a domicilio y, en tal medida, en su rendimiento. En tales casos, es frecuente que se saque a relucir el famoso miedo escénico: «El Bernabéu necesita recuperar el miedo escénico».

A tal fin, es imprescindible que en el estadio, sobre todo cuando se persigue una remontada de varios goles, no quede butaca vacía ni palco sin ocupante ni anfiteatro sin «tifo» ni gallinero sin bandera. En suma, la afluencia ha de ser tal que se vendan todas las localidades y el club tenga que colgar el cartel de no hay billetes.

Y ya para terminar, llama la atención que el mencionado gallinero, que en los campos de fútbol es el graderío más alto, se defina como ‘paraíso del teatro’. Paraíso, sí, ni más ni menos, como si ver un espectáculo desde las alturas pudiera transportarnos a edenes de ensueño. En realidad, tiene pleno sentido: ¿no nació el fútbol en Inglaterra?, ¿y cómo llaman los aficionados del Manchester United a su prestigioso estadio? No solo es el Old Trafford, no; afectivamente, es también su Teatro de los Sueños.

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