La Academia ha bendecido no solo las adaptaciones réferi y órsay, según se vio la semana pasada, sino también términos futbolísticos abordados en crónicas anteriores, como rabona y jugón, sustantivo este último, por cierto, aceptado con el sentido que Andrés Montes le inventó: ‘persona que tiene especial habilidad y es muy diestra en el juego’.
Tal como asevera Pedro Álvarez de Miranda, «nacen más palabras de las que mueren. […] Por eso, el léxico del diccionario crece». Y quien dice crece puede decir aumenta, se amplía, se incrementa o se acrecienta. Pero ¿por qué la observación?, ¿acaso estamos enmendando la plana al académico director de esta vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española?
Nada más lejos de mi intención. Simplemente, siempre es provechoso recordar sinónimos con los que enriquecer el discurso. Así como la versatilidad de un equipo multiplica sus posibilidades de alzarse con la victoria, del mismo modo la variedad léxica (si atinada) redobla la precisión y belleza de los textos.
Por centrarnos en dos jugadores que disputaron el clásico de este sábado, uno puede leer que «Desde que el técnico holandés le dio la entrada al campo el 16 de octubre de 2004, Messi no ha dejado de crecer hasta convertirse en lo que es hoy, una leyenda». Contaba entonces el argentino con diecisiete escuálidos años y, si bien ha ganado corpulencia, sus ciento sesenta y siete centímetros actuales evidencian que la edad del estirón se le esfumó sin acuse de recibo.
Por supuesto, nadie malinterpretará la oración anterior, pues no hay por qué tomar el verbo crecer con el significado exclusivo de aumentar en altura; aunque tal sea su acepción más común, perfectamente puede consistir el crecimiento en desarrollar o adquirir nuevas capacidades.
Lo que cansa es la reiteración, el automatismo, la cansina pero infatigable matraca: allí donde se afirmaba que el astro rosarino «no ha dejado de crecer», podría haberse escrito que la Pulga ha mejorado o ha progresado sin cesar.
Tampoco Isco, con su metro setenta y seis, inspirará metáforas que apunten a inaccesibles torreones. Descartada, pues, la cuestión de la estatura, cuando se escribe «El ex del Málaga ha crecido mucho en el aspecto defensivo de la mano de Ancelotti», también podría haberse optado por ha madurado, ha adelantado mucho o se ha superado.
Y en lugar de «Agradecía el público su esfuerzo en el centro del campo, la misión obligada que debe realizar para crecer dentro del Real Madrid», el periodista podría haber escogido fórmulas como para avanzar, para consolidarse, para triunfar entre los merengues o, si la titularidad se presenta como cima apetecida, para encumbrarse a ella.
En definitiva, tomados de uno en uno, estos usos de crecer no han de considerarse censurables, pero recurrir a dicho verbo por inercia termina aplanando las oraciones. Por comprensible que resulte echar mano de esta clase de comodines en una primera fase de escritura en bruto, el redactor que se tome la molestia de sustituirlos en la fase de revisión hará crecer su técnica, quiero decir, la depurará o pulirá.