Alemania gana el Mundial de los tiempos muertos  (CRÓNICA)

Foto: ©Agencia Efe/Epa/Marcus Brandt

El lenguaje deportivo parece a menudo el informe de una autopsia: por si no había suficiente matanza con los goles que matan partidos, con la habilidad para rematar a puerta o el control para matar un balón a pase del mismísimo Baumgartner desde la estratosfera, este Mundial ha incluido por primera vez los tiempos muertos. Agatha Christie la gozaría. 

Claro que no tardaría en desencantarse: después de inspeccionar lupa en mano cada centímetro de césped, tras examinar campo de juego y banquillos en busca de mayordomos sospechosos, más tarde o más temprano la escritora británica acabaría por descubrir que esto de los tiempos muertos no supone material de intriga.

Como mucho, si pudiera charlar con algún colega de misterios policiales, la buena de Agatha quizá cayera en reflexionar que peor que un tiempo muerto es el hábito extendido de matar el tiempo, como si fuese el tiempo el mortal, en vez de la vida humana y su diario trajinar, su fluir inconsciente de horas desgranadas y desangradas, esa hemorragia.

¿Qué significa, en fin, tiempo muerto? Como cualquier aficionado al deporte sabrá, es la ‘suspensión temporal del juego solicitada por un entrenador cuando su equipo está en posesión del balón o el juego se halla detenido por cualquier causa’, conforme al diccionario académico.

Dicho esto, el tiempo muerto, más habitual en baloncesto que en fútbol, ha experimentado un cambio de aspecto práctico en su viaje de la canasta a la portería: si en el deporte del enceste se recurre a estas interrupciones para proponer modificaciones tácticas y ensayar las jugadas inmediatas, en balompié se conciben para que los jugadores se hidraten. No en vano, para referirse a estos altos en el juego la FIFA habla en inglés de cooling break cooling time.

Esta travesía de tiempo muerto, por cierto, no es en modo alguno una excepción. Si las palabras tienen alas, el fútbol toma prestada terminología de toda clase de deportes hasta convertirse en la mayor pista de aterrizaje lingüístico: «El tiempo muerto deja un sabor extraño en su primera aparición en un partido de fútbol» (baloncesto), «Pepe se pasó de revoluciones» (automovilismo), «Pero el actual subcampeón no iba a tirar la toalla» (boxeo), «Casi marca el tercero con un globo» (tenis), «Han sido cuatro años de sacar pecho y el domingo habrá que ceder el testigo» (atletismo), «Sensacional eslalon para plantarse solo ante Courtois» (esquí)…

El fútbol, en suma, se nutre de todos los deportes y todo lo devora. Hasta a la triste pentacampeona, que sufrió una derrota estrepitosa en las semifinales contra la campeona Alemania, un revolcón sin precedentes, una paliza descomunal, ese siete a uno que pasará a la historia del fútbol mucho más que la novedad del tiempo muerto.

Muere el Mundial, en cualquier caso, que no ha sido de Brasil, sino de Alemania, tras una final reñidísima que también pudo ganar Argentina. Mueren las aspiraciones de Messi de parangonarse con Maradona. Muertos de cansancio y acalambrados los futbolistas. Y muerto también Di Stéfano, la Saeta Rubia, aunque siempre mueran menos la vidas memorables.

Se hace el silencio. Las gradas de los estadios se vacían. Sobre el césped, un ejemplar del Brazuca descansa junto a la línea de gol sin que nadie se moleste en empujarlo. ¿A quién le importa? Solo en los parques, emulando a sus nuevos héroes, niños y niñas corren a patear balones. Vacaciones. Y así, jugando, se sienten vivos.

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