«Camilo José Cela vuela hasta el palo izquierdo en una estirada felina y detiene el penalti decisivo», «Víctor Valdés firma ejemplares de El viaje a la Alcarria II (el retorno) durante las celebraciones del Día del Libro». He aquí dos titulares de enjundia.
Ningún periódico ocuparía su portada, sin embargo, con obviedades como «Camilo José Cela no es futbolista» o «Victor Valdés no publica novelas». Hombre, ya, hasta ahí estamos. Del mismo modo, sabiendo que inédito significa ‘escrito y no publicado’, es de cajón que los futbolistas —que no se dedican a escribir— han de quedar inéditos. Y, sin embargo, se dice: «El portero quedó inédito». ¿Para qué afirmar lo evidente?
Este uso de inédito, si bien menos habitual en la prensa escrita, pulula con descaro por ondas radiofónicas y pantallas televisivas, probablemente sin reparar en que tal adjetivo no equivale a inactivo. John Kennedy Toole, por ejemplo, fue autor inédito en vida. Y La conjura de los necios quedó inédita hasta su publicación póstuma. Pero el autor no permaneció inactivo, pues trató de convencer a su editor hasta desesperarse.
Sin duda, lo que se pretende comunicar es que el portero no intervino o no necesitó hacerlo, estuvo o permaneció inactivo, no tuvo trabajo, fue un espectador más, de lujo si así se quiere.
Por otra parte, sí se emplea con acierto el adjetivo inédito en «Se presenta una nueva prueba para Emery y una defensa inédita», esto es, formada por una línea zaguera novedosa, cuyos integrantes nunca habían jugado juntos. Se trata, en efecto, de una ampliación léxica del significado original, recogida por el diccionario académico con la acepción de ‘desconocido, nuevo’.
Los porteros, en fin, no quedan inéditos porque este adjetivo no es lo mismo que inactivo. Y, si no, que se lo pregunten a los volcanes.