Los equipos de categoría suelen centrar parte de sus entrenamientos en pulir y perfeccionar su estilo de juego y su estrategia a balón parado. Aunque estudian al rival, tienden a apostar por su forma de entender el fútbol, ya sea de toque o al contragolpe, de exquisitez técnica o intensidad defensiva. Lejos de amilanarse por el contrario, proponen partidos de poder a poder.
Los equipos modestos, en cambio, amedrentados por la superioridad sobre el papel del adversario, modifican con frecuencia sus planteamientos y disposiciones tácticas en un intento de abortar el juego del otro equipo antes que esmerarse en desarrollar el propio.
Y, sin embargo, son precisamente los clubes de altos vuelos los que, atenazados por un vértigo impropio de su categoría, incluyen cada vez más en sus contratos de cesión de futbolistas la denominada cláusula del miedo, con tilde en la primera a (y no claúsula, error o errata habituales).
Se trata, por si alguien no está familiarizado con el giro, de una disposición por la cual se impide al jugador que cambia de aires enfrentarse a su anterior equipo, so pena de pagar una multa o compensación económica cuantiosa.
Los medios de comunicación se hacen eco de esta práctica e incluyen frases como «La Cláusula del miedo impedirá a Cheryshev jugar contra el Real Madrid», «Thomas será víctima de la cláusula del ‘miedo’» o «El jugador argentino vuelve tras perderse el partido ante el Valencia debido a la “cláusula del miedo”».
Desde luego, nadie que exija tal condición para cerrar el acuerdo reconocerá a las claras y por escrito, negro sobre blanco en el contrato, que su imposición nace del miedo. Por tanto, difícilmente será cláusula del miedo la denominación oficial o el nombre propio de dicha estipulación. No siendo así, lo apropiado es escribir esta expresión en minúsculas.
Respecto al uso de las comillas, puede argumentarse que no son necesarias porque se trata de una expresión descriptiva, de significado transparente; pero también es posible defender que nos hallamos ante un modo novedoso y quizá aún desconocido para algunos de nombrar a esta cláusula, riesgo que justificaría la presencia de las comillas para llamar con ellas la atención sobre un uso a medio camino de la consolidación. En suma, tan lícito es poner entre comillas la expresión completa como prescindir de ellas.
Menos explicable es restringir el ámbito de las comillas al sustantivo miedo, pues lo chocante es el conjunto cláusula del miedo. Destacar tan solo esta última palabra sugeriría que, en realidad, aunque se escriba miedo, se pretende expresar algo distinto: que el miedo en realidad es prudencia, por ejemplo, o algún otro eufemismo. No escribamos, pues, cláusula del «miedo» si se quiere señalar que hay miedo, pues al pan, pan, al vino, vino y al miedo, miedo.
Cuando se sufre ‘miedo muy intenso’, por cierto, se habla de miedo cerval, por aquello de que los ciervos son extremadamente asustadizos. Y quien somete a los futbolistas a estos grilletes contractuales puede granjearse el odio de la afición, que no será odio cerval, sin embargo, como se dice en ocasiones latamente, ya que nadie tacharía a Bambi de odiador.
Sea como sea, cualquiera que haya leído este cuento comprenderá que no les faltan a los venados motivos para el acogotamiento. Y aquí, de nuevo, el miedo es propio del cervatillo, del pequeño indefenso que pierde a la madre, no del ciervo ya hecho y derecho, y de osamenta recia.
Tal vez sea eso, en definitiva: quizá los equipos ceden a los jugadores cuando aún son pequeños, como el Bambi de las primeras páginas, pero temen que luego crezcan en otro club y, como si de una infidelidad se tratase, terminen poniéndoles los cuernos al recibir un gol suyo en contra de espléndido testarazo.
Según este enfoque, la cláusula del miedo protegería al club vendedor de acabar corneado y convertido en el hazmerreír. De equipo regio a equipo coronado. En la práctica, sin embargo, cuando se habla de la cláusula de la vergüenza, como también se la conoce, tal vergüenza no es la que de hecho siente el club vendedor, sino la que los críticos piensan que este debería sentir por haber añadido una condición de deportividad dudosa.
Por supuesto, no faltará quien esgrima que el fútbol es mucho más que un deporte, que mueve demasiados intereses y que cualquier ventaja que se pueda arrancar por contrato será bienvenida. No es un juego, es deporte profesional, asegurarán. A ello podrá replicarse que esas cláusulas miedosas, igual que amoldar el estilo de juego propio al del rival, son ardides de equipo pequeño. Podrán incluirla los equipos grandes, pero irán en desdoro de su grandeza.