Año 2080. El Centro Residencial El Partidazo acoge el torneo de leyendas de la Liga BBVA. La expectación es máxima. El cartel de «No hay entradas» cuelga en la sala de rehabilitación. Pertrechados de fajas y agua milagrosa, la tensión se masca entre los enfermeros.
Tras una pretemporada rigurosa en el balneario, con sesiones diarias de parafina contra el dolor de artritis, los jugadores calientan frente al futbolín: mueven brazos y muñecas arriba y abajo, hacen rotar los hombros adelante y atrás. Frente a frente, tres mitos del fútbol español de principios del siglo XXI: en representación del Real Madrid, Iker Casillas; defendiendo los colores del Barcelona, Xavi Hernández, y con la camiseta del Atlético de Madrid, constipado, pero con su olfato goleador intacto, David Villa.
De los tres, un protagonista indiscutible: Xavi, el capitán de aquel glorioso equipo entrenado por Pep Guardiola, cumple hoy cien años.
—Se me va a hacer feo ganarte en tu centenario —dice Iker.
—¡Cien años! —Villa suelta un silbido de admiración—. ¿Quién nos lo iba a decir?
—¡No te lo crees ni tú!, ¡me vas a ganar! —Xavi deja vagar la mirada hacia el infinito con expresión soñadora—. Todavía me acuerdo de un cinco a cero…
Miquel Soler, el Nanu, elegido árbitro por haber militado en los tres equipos que disputan la competición, ataja ese primer rifirrafe. Blande un bastón en la mano derecha y asusta aún más, en la diestra, un ejemplar en papel de la última edición del Diccionario del estudiante.
—¿Por qué un diccionario —pregunta Villa—, en vez del reglamento arbitral?
—El que pierda sin marcar un solo gol pasa por debajo de la mesa —les recuerda Soler.
—¡Nanu, hombre!, ¡que tenemos una edad! La espalda…
—Total, para el caso que le hacen al reglamento…
—Pero ¿cómo tenéis la desfachatez de quejaros de los árbitros!, ¡vosotros! —protesta Villa—. ¿No estaréis intentando influir en el Nanu?
—Y nada de juego sucio —prosigue Soler—: al primero que dé una patada al diccionario le hago copiar cien veces la definición del término.
—Pues sí que estamos buenos: centenario está bien dicho, ¿no? A ver si voy a palmar antes incluso de empezar el partido.
Miquel Soler abre el diccionario. Apoyándose en las palabras guía que aparecen en la esquina superior, avanza páginas felinamente, como si subiera por la banda sorteando adversarios en sus tiempos mozos:
—¡Aquí está! Centenario: ‘que tiene cien años de edad, o poco más o menos’. Correcto.
—Pero Iker no ha dicho que yo sea centenario —replica Xavi—: ha dicho que voy a darle una paliza en el día de mi centenario. Todavía me acuerdo de un cinco a cero… —Xavi vuelve a dejar la mirada perdida en el infinito con la misma expresión soñadora.
—Mira que eres cansino con la manita.
—Bueno, ¿qué?, ¿sorteamos quiénes juegan primero? —Villa se echa mano a un bolsillo—.Yo tengo dos duros. Fue el dinero por el que me dejasteis fichar por el Atlético.
—No tan rápido —Miquel Soler pone el dedo sobre otra acepción del diccionario—. Centenario: ‘día en que se cumplen cien años o fiesta con que se celebran los cien años y sucesivas centenas del nacimiento o muerte de una persona’. Correcto, pues.
—¡Dos duros, dice! Ya serán dos euros —precisa Iker—. Que, por cierto, ¿cómo pretendes sortear nada a cara o cruz con un euro?, ¿cuál demonios es la cara y cuál es la cruz de un euro?
Entretanto, los enfermos hacen acopio de pulsímetros: futbolistas de leyenda o no, sus pacientes siguen con el ritual de calentar los partidos antes de que empiecen y temen que el pulso se les acelere.
—En eso de los duros se me nota que también yo soy centenario —dice Villa—. Ya casi nadie recuerda las pesetas.
—Pero tú no eres tan centenario como nosotros: Xavi y yo pasamos de los cien partidos internacionales con la Roja, tú eres un paquete y te quedaste a las puertas.
—¡Eh!, ¡árbitro!, ¡ese uso de centenario es inapropiado! —protesta Villa—, ¡centenario no significa ‘que ha cumplido cien partidos’!
—Aquí pone que centenario es ‘perteneciente o relativo a la centena’ —aclara Soler ipso facto—. No veo por qué va a censurarse ese uso.
—¡Ni centena ni centeno! —Villa se echa las manos a la cabeza reclamando tan dudosa interpretación del diccionario—. ¿Lo ves?, ¿al final siempre favorecen a los mismos?
—Una centena es un ‘conjunto de cien unidades’. ¿Por qué no va a poder decirse entonces que el jugador que ha disputado cien partidos es centenario?
—¡Ya! Y un actor que ha realizado cien funciones de una obra también es centenario, ¿no? —insiste Villa.
—Pero ¡qué mala es la envidia! Ni Iker ni yo tenemos la culpa de que tú no llegaras a jugador centenario.
—Y un torero con cien corridas es un torero centenario, ¿no?
—Y un loro que repite la misma pregunta cien veces es un loro centenario. ¡Que sí, hombre, que sí!, ¡que jugador centenario está bien! —zanja Soler—. Puede justificarse tanto por la definición del diccionario académico de centenario como por la productividad del sufijo -ario para formar adjetivos. Bien clarito lo dice la Nueva gramática de la lengua española: de pensión, pensionario; de testamento, testamentario…
—Y de lápida, lapidario, ya capto la idea —tercia Iker—. De verdad, Nanu, eres único poniendo ejemplos alegres para un cumpleañero valetudinario.
Luego los médicos intervienen, aconsejan a los jugadores que no se exciten demasiado, instan al árbitro a echar la moneda al aire. En el último segundo, Villa rehúsa cederle al Nanu su moneda, no vaya a malinterpretarse su gesto como un soborno, de suerte que Soler se ve obligado a rascarse el bolsillo y sacar una de su peculio. Vuela el euro hacia arriba dos veces para elegir al primer par de contendientes: Villa contra Iker. Después la moneda se inserta en la ranura en el futbolín, salen las bolas con estrépito, está a punto de comenzar —y esta vez literalmente— el partido del siglo.