Si el fútbol fuera un organismo, el gol sería el agua que lo vivifica. El gol es el objetivo hacia el que toda jugada fluye, la ilusión con la que los espectadores acuden a los estadios y los amigos se arraciman frente a un buen televisor. Sin goles, el fútbol es una tarta sin velas ni aire en los pulmones.
Por eso, porque el gol es magia y chistera de las mayores alegrías balompédicas, los hay de todas las clases: si se atiende al momento en que se consigue, gol relámpago es aquel que se marca de inmediato; con menos velocidad, se llama tempranero o madrugador al logrado en los primeros minutos; al filo del descanso o recién comenzada la segunda parte, se hablará de goles psicológicos, y en los minutos finales pueden resucitar a un equipo los goles in extremis.
Según la cantidad de goles cosechados, goleador es quien marca, aunque solo sea un gol; si son dos, se apuntará un doblete, triplete si la cuenta sube a tres; cuatro goles forman póker, las manitas son de cinco, seis hacen set, como en tenis, y aún más goles en el casillero equivale a titular que se hizo un siete al rival; en tal circunstancia, por cierto, nadie se enoja si el derrotado consigue el gol de la honra o del honor.
También reciben bautismo en función del orden en que se consiguen: el primero, siempre el de mayor dificultad contra un equipo que se cierra, es el gol que abre la lata; como un gol supone poca diferencia, el que otorga margen de dos es el gol de la tranquilidad; y cuando la distancia es de tres, para regocijo de los victoriosos, se celebra el gol de la puntilla; puede suceder, no obstante, que el equipo en desventaja acierte con la portería contraria y se aferre entonces al gol de la esperanza.
De tantos tipos los hay que resulta aventurado este empeño en compendiarlos: gol olímpico es el de saque de esquina directo, en propia puerta marcan los defensas que despejan sin acierto y gol cantado es aquel que se falla cuando ya lo celebraba el respetable. Aún hay más: los jugadores que superan al portero por encima marcan goles de vaselina y, con menos elegancia, de cuchara; gol de tijera es el acrobático, de espaldas a la portería y en el aire, y, aunque no se corten piernas, basta una lesión cuando se han agotado los cambios para conseguir el gol del cojo.
Goles de oro y de plata, goles marca de la casa, goles maradonianos tras recorrer medio campo regateando adversarios y, por si esto fuera poco y no bastase con la dimensión mundana, cuando se duda si el balón rebasa la línea de gol por completo, nos hallamos ante la inquietante presencia de un gol fantasma.
Lluvia de goles, por consiguiente, como se suele decir. Celebremos, pues, los goles, también llamados dianas o tantos. Los goles son tantos y ¡son tantos los goles…!