En el artículo anterior se exponía la voracidad con que el lenguaje futbolístico amplía su repertorio fagocitando palabras relacionadas con el hogar. Su apetito es tal que, más allá de la cocina, el fútbol se alimenta también de cuantos objetos encuentra en el recibidor, el salón o el dormitorio.
En efecto, nada más llegar al recibidor, lo ideal es ponerse cómodo quitándose el sombrero, gesto técnico con el que un jugador hace que el balón pase por encima del rival. Cómo no, también se sentirá gran alivio al soltar el maletín, donde acaso se guarden las supuestas primas a terceros.
Si el vestíbulo es muy grande y se desea sacar una pieza más en la casa, un futbolista puede emular a los albañiles tirando o haciendo paredes. Y estas, una vez levantadas, quizá se decoren con un cuadro, sinónimo de equipo («El cuadro celeste sufrió para derrotar al conjunto de Sevilla»), y con su correspondiente marco, otro nombre para portería («… deja el marco a cero»).
¿Adónde ir tras abandonar el recibidor? Cuando el fútbol es preciosista o de cara a la galería, se dirá que es de salón. Y si su suelo no está limpio, no habrá más remedio que barrerlo, para lo cual ha de saberse que suelo es sinónimo de césped («Bajó el balón al suelo y remató»), que al césped artificial se le llama moqueta y que barrer a un contrario es ser muy superior a él.
Es en estas circunstancias de manifiesta ventaja cuando también se recurre a aquello de estar un equipo muy enchufado, cual lámpara, pero a diferencia del farolillo rojo, denominación con que se alude al que ocupa el último lugar de la clasificación.
Raro será, por cierto, que el colista no haya perdido más de un partido por varios goles de diferencia, esto es, que no le hayan hecho un traje. ¿Y dónde se guardan los trajes? En el dormitorio y, más en concreto, en el armario, término aplicado al defensa lento y torpón.
El fútbol, en fin, va apoderándose de nuestra intimidad y revuelve y alisa hasta las sábanas con que dormimos. Las revuelve cuando un equipo decide dormir el partido o, lo que es lo mismo, bajarle el ritmo. En cuanto a alisarlas, nada tan prodigioso como un remate en plancha. ¿Y qué sucede, para terminar, cuando dos jugadores saltan por una pelota y uno se agacha y desequilibra al contrario? Que entre jornada y jornada, soñamos con el fútbol, pero luego los jugadores nos devuelven tanta atención y se dedican a hacer la cama.