Una «tracalada» de «voces patrias», algunas «guarangas» otras que parecen «bolazos», hicieron «gambetas» y pidieron «cancha» a los académicos argentinos de hace 130 años que, sin rogar «changüí» a la Real Academia Española, solucionaron el «matete» e hicieron el inédito primer diccionario de argentinismos. El texto fue rescatado de un mar de papeles viejos por Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras.
Las anécdotas de quienes recopilaron términos tan añejos —algunos siguen en el habla popular hasta hoy— también son sabrosas. Corría el año 1873 y un mucamo gallego cebaba mate a una heterogénea tertulia de científicos, artistas plásticos, juristas, poetas, ensayistas, historiadores y médicos, reunida en el tercer piso de Tacuarí 17, en Buenos Aires. Allí vivía el poeta Rafael Obligado y durante varios años, la cita se cumplió religiosamente, cada sábado por la tarde. La curiosa ceremonia celebrada en ese salón al que Obligado llamaba "Himalaya" terminaba con un asado a medianoche y para reconstruirla Barcia urgó en textos de la época.
De aquel cenáculo de intelectuales, y seguramente del bien regado asado posterior, salió el primer diccionario de argentinismos, inédito hasta hoy, descubierto por Barcia y sus colaboradores entre viejos papeles guardados en la casona de Palermo donde funciona la Academia. «Se trata del primer tomo, que contiene 1.266 vocablos, y el noventa por ciento de ellos continúa vigente. Los mayores de 65 años manejarán todavía piruja (mujer de baja esfera), chirusa (mujer vulgar), cuchi (cerdo), chancleta (mujer) y paquete (elegante); los mayores de 40 años, agrandado, agarrada (pelea), comentó Barcia a Clarín.
«Voces pátrias» (sic) es el título escrito a mano en la tapa del primer tomo del diccionario de argentinismos confeccionado por la Academia Argentina de Ciencias, Letras y Bellas Artes, que funcionó entre 1873 y 1879. Hasta que se hizo este diccionario, sólo existían vocabularios o glosarios personales, como los realizados por Juan María Gutiérrez y Francisco Muñiz. Barcia recordó que fue el primer diccionario de argentinismos realizado por una corporación y el único en su tipo hasta que la Academia Argentina de Letras editó el suyo en 2003.
A un año de empezar el trabajo, Obligado, Eduardo Holmberg, Atanasio Quiroga y Juan Carballido, entre otros, ya habían reunido más de dos mil voces y unas quinientas locuciones. Hacia fines de ese período el diccionario contaba con cuatro mil voces definidas y más de dos mil en estudio, según un informe de Martín Coronado quien anticipó a sus colegas académicos que estaba próxima la fecha de dar a conocer a la prensa la primera edición. Algunos papeles con centenares de vocablos se perdieron en el trasiego de bibliotecas de una a otra generación.
Se sabe, sin embargo, que aquellas primeras «voces nacionales» fueron agrupadas bajo diferentes títulos: Voces patrias, Diccionario del lenguaje argentino o arjentino, Diccionario del lenguaje nacional y Diccionario de arjentinismos o argentinismos, que fue el que finalmente predominó. Durante 130 años, la única muestra sobreviviente de tal diccionario de la Academia Argentina de Ciencias y Letras fueron algunos de estos vocablos publicados en El Plata Literario.
El texto manuscrito descubierto por Pedro Luis Barcia será editado este año. Contra lo que pudiera parecer no figuran allí demasiadas palabras de sarcófago o muertas hace tiempo a causa del desuso. Todo lo contrario. Son muy actuales, ágiles y van al núcleo de lo que aquellos primeros argentinos usaban al nombrar objetos y hechos cotidianos.
Un vocablo de tanguera resonancia, como garúa, y el verbo garuar, ya se usaban hace casi siglo y medio. Su raíz viene de «huarhua» la voz quichua que significa llovizna.
Hoy suenan extraños vocablos como «ajenear», que significaba robar, «camote» para aludir a la pasión amorosa, «bolsazo» o rechazo amoroso y «camilucho» que designaba al gaucho. También se perdieron changador (gaucho matrero), pelota (bolsa de cuero para vadear ríos pequeños), cagote (susto), changango (guitarra vieja), collevas (botones del puño), cuja (cama grande), gamonal (hombre rico), guaguatera (niñera) o gualichu (genio del mal).
Barcia señaló que la edición forma parte de la serie «La Academia y la lengua del pueblo», con apoyo de Repsol YPF —que ya ayudó a editar la planta del Diccionario Académico de Americanismos— se imprimirá este ejemplar con más de un millar de términos ya usados en el actual territorio argentino a fines del siglo XIX.
Aquella primera síntesis divulgada en «El Plata Literario», una suerte de vocero oficioso de la Academia Argentina, incluía bagual para denominar al potro salvaje y también al redomón que todavía conserva sus instintos salvajes. También se usaba «tirador», una especie de «cinturón, generalmente de cuero de gamuza que se ciñe al cuerpo por medio de dos o más pares de botones de metal ligados todos a una placa o escudo central llamado rastra».
Entre las voces marcadas como vulgares, figuran caraí, un guaranismo por «carajo», nabo y piche, por «pene»; papo, los genitales femeninos, paja por «masturbación», pucha por «puta» y vaina por «coito». Y che es una partícula araucana que significa «hombre»; además, chapalear, deriva de la voz araucana chapad, que significa «pantano».
También se usaba «huevear» para la dulce acción de perder el tiempo y quien quería comer un «vaquero» estaba más cerca en realidad del tradicional matambre «con rusa» de nuestros días. En fin, una changa que da chucho y no es tarea para chupados o borrachos, si la máquina del tiempo traslada al lector al siglo XIX.