Hasta ahora, el Diccionario de la Real Academia Española define cultura como ‘el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. / Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social’. Pero los conceptos se transforman con el paso del tiempo. El de «cultura» es uno de ellos: dinámico o remanido, solemne o callejero, unido a la excelencia o rebajado al uso común.
La Real Academia Española (RAE) no es ajena a ninguna de sus transformaciones. El hecho es que las actuales definiciones de la palabra están siendo debatidas dentro de sus comisiones, concurridas y activas en lo que se refiere a un término sobre el que caben muchos colores.
En la próxima edición del diccionario, «cultura» ganará elementos y tendrá entradas como «cultura del vino», «cultura de la violencia».
Ése es el aporte que más discusiones genera en la Academia. En los demás hay gran acuerdo, aunque según Víctor García de la Concha, director de la RAE, cambiarán bastante: «Se enriquecerán porque trataremos de recoger nuevos usos actuales».
Lo cierto es que el nuevo concepto está en plena ebullición. Y aún faltan sesiones en la sede de Madrid y luego su posterior traslado a las 22 academias del español en el mundo para discutir y sugerir.
La definición fijada en la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia Española, «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», fue encontrada por ciertos académicos como muy amplia. Y sobre eso, dicen, habrá que incorporar otras de acuerdo con un debate que quiso introducir el académico Claudio Guillén antes de morir en enero de 2007. «Hemos retomado el trabajo que él mismo empezó y que era interesantísimo», comenta García de la Concha.
Pero definir los nuevos campos está resultando un proceso complejo. El académico y psiquiatra Carlos Castilla del Pino redactó una propuesta para explicar el significado de la palabra cuando va referida a las costumbres y características de un colectivo. «En este caso no hablamos del conocimiento, sino del conjunto del sistema de conductas que caracterizan a un grupo». Y lo ilustra con ejemplos: cultura del alcohol, cultura de la droga, cultura de Hollywood o cultura andaluza. «Cuando se habla de la cultura andaluza no nos referimos al conocimiento que tienen los andaluces sobre los libros, sino si el flamenco o el vino forman parte de sus costumbres en un sentido de antropología cultural», dice.
Del Pino se inspiró en un libro de comienzos del siglo XX: Cultura femenina, escrita por el filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel. «Es un ensayo donde se abordan las costumbres que caracterizaban a las mujeres, no al conocimiento que pudieran tener», aclara. La definición redactada por Castilla del Pino, y consensuada y asumida por otros académicos, está pendiente de discusión en un próximo plenario. En la primera ocasión que se abordó el debate, los académicos discutieron fuerte sobre el significado principal. Castilla del Pino cree que «ese conocimiento que permite desarrollar un juicio crítico obedeció a un equívoco, ya que unos hablaban del caballo como sinónimo de heroína y otros del animal».
Hay acuerdo sobre la incorporaración de una nueva definición, que está en muchas bocas por múltiples razones. Se habla de «cultura de la prevención o cultura de la empresa —dice el académico Francisco Rico— como una línea de conducta». Pero sí hay controversia sobre los ejemplos que podrían acompañarla. El escritor Luis Goytisolo, por ejemplo, defiende la restricción de los mismos a los que tengan una vocación más duradera: «A veces se le reprocha a la RAE que no asuma definiciones con rapidez, pero hay acepciones que a los cinco años se pierden». Pero ese accionar cauto, dice, impide que ocurra algo que sorprenda a los propios académicos: «A veces revisamos en comisión acepciones que nadie entiende, y esto ocurre porque fueron incluidas con rapidez y luego cayeron en desuso».
Goytisolo había planteado una definición para cultura hace unos meses, consciente de su circulación. «Tiene muchas acepciones, unas positivas y otras negativas; aunque sea un sinsentido en la mayor parte de los casos, es un hecho que está en la calle». Por eso, distingue entre «cultura del vino», que se refiere a una tradición mediterránea arraigada, frente a otras como «cultura de la droga», que no debería incorporarse a su juicio porque corresponde a una actividad marginal. Hace años se hablaba de filosofía de la empresa. Ahora se usa mucho menos. Con cultura pasa algo similar. Precisamente, para distinguir entre unos usos y otros, el escritor considera «fundamental» que la nueva acepción vaya acompañada de ejemplos: «No creo que se puedan listar todos los casos donde se usa la palabra, tendríamos que buscar los que van a pervivir».
Pero nunca a espaldas de la sociedad. Del hablante común y creativo, que es quien en definitiva reinventa la lengua, guste o no. Arturo Pérez-Reverte hace hincapié en esto: «La RAE debe hacer compatibles los usos. Aunque la palabra haya sido mal utilizada en los últimos tiempos. Decir ‘cultura de la violencia’ o ‘de la droga’ es una incorrección, pero la Academia acepta los usos generales, por eso hay que compatibilizar. Estamos para aceptar realidades y que congenien las acepciones nobles con usos bastardos». Para él, un deber de la Academia es conciliar: «Debemos tomar las variantes nuevas y registrar sus usos».
Aunque a veces se corra el riesgo de abaratar, de vulgarizar demasiado ciertos términos relacionados con la excelencia. «Usar una palabra así como comodín tiene sus riesgos», advierte Antonio Muñoz Molina. Para el escritor, los conceptos de cultura más válidos son a su vez antitéticos: «Uno se refiere a la educación, a la formación y a algo que nos construye y otro tiene que ver con el punto de vista antropológico».
El novelista Álvaro Pombo también aporta lo suyo: «Mi posición en esto es nula. Para mí es un asunto anticuado que acabó en una cuestión de léxico».
Según dice Pombo, más le hubiera gustado participar en los debates que hubo sobre el término en toda Europa durante la etapa de entreguerras. Aunque lo de ahora, en plena época de la posmodernidad, también requiere una más que necesaria discusión. «Aunque sólo sea porque el Diccionario es un acta notarial», asegura el autor.
En ese sentido, a Pombo le parece muy interesante la nueva acepción que quiere incorporar la cultura como algo que gira en torno a un elemento determinado: «En ese aspecto, más que un concepto, pasa a ser un campo semántico, algo que curiosamente traspasa el lema de la propia Academia. Ya no debemos sujetarnos a limpiar, fijar y dar esplendor, sino a ampliar la lengua y sus usos».
Dentro del debate, algunos académicos de la lengua quieren aprovechar para introducir más matices. Es el caso concreto del filósofo Emilio Lledó: «Para mí, una idea muy fecunda en este caso es la que aplicaban al término los griegos. Para ellos, cultura tenía que ver con la actividad, con el movimiento, con la acción. Sé que es muy difícil poder encerrar todo eso en una definición, pero deberíamos encontrar la forma de destacarlo. Más en estos tiempos, cuando necesitamos como nunca dejar de deambular y buscar derroteros».