La vieja polémica de si es más correcto decir «español» o «castellano» al denominar el idioma que une a más de 400 millones de personas en el mundo está hoy superada, aunque en algunos países se observa una cierta preferencia por una de esas dos voces, según afirman los académicos y filólogos consultados por Efe.
En España, la Constitución de 1978 establece que «el castellano es la lengua española oficial del Estado», pero, al ser un país plurilingüe, también serán «oficiales» en sus respectivas Comunidades Autónomas «las demás lenguas españolas», como el catalán, el euskera y el gallego.
Según el académico y filólogo José Antonio Pascual, director del gran Diccionario histórico que preparan las Academias de la Lengua de los países hispanohablantes, «no hay por qué dramatizar este asunto», pues ambos términos «son sinónimos» y se pueden usar «indistintamente».
La prueba, afirma el filólogo, está en el diccionario de Covarrubias, de 1611, que se titula Tesoro de la lengua castellana o española, o en el de la Real Academia Española, que desde 1925 se llama Diccionario de la lengua española, pero antes, desde el XVIII, era «de la lengua castellana».
Pascual señala que «los lingüistas» suelen «emplear el término “castellano” hasta el siglo XV y el de “español”, a partir de esa fecha», opinión en la que coincide con otros expertos consultados por Efe, como Concepción Company, catedrática de Lengua y miembro del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Según Company, desde el momento en que los Reyes Católicos unieron sus reinos, desapareció Castilla para dar paso a una única entidad política que era España, y por eso «castellano» se reserva sólo para referirse al idioma hasta el XV.
Pero fuera del ámbito lingüístico, «el término generalizado en México» es «el español», afirma.
Las Constituciones de Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Costa Rica y Cuba optan con claridad por el «español» al establecer el idioma oficial.
En las de El Salvador y la República Dominicana no se menciona este asunto, pero en los documentos oficiales se alude siempre al «español».
Sin embargo, las Constituciones de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Paraguay prefieren el término «castellano».
En Bolivia,la Carta Magna no hace referencia expresa al asunto, pero está prevista su regulación en el proceso constituyente que vive el país.
La propuesta del partido de Evo Morales contempla como oficiales el «castellano y todos los idiomas de las naciones y pueblos indígenas originarios», mientras que la oposición ha consensuado una iniciativa según la cual el idioma oficial en todo el país será «el castellano» y en los pueblos indígenas, además de esta lengua, la que predomine.
Hay otros países donde, por una razón u otra, han preferido no identificar la lengua oficial, como Argentina, Chile, Uruguay y México.
Las Academias de los países hispanohablantes ya dejaron claro en el Diccionario panhispánico de dudas, publicado en el 2005 y de fácil consulta en Internet, que las voces «castellano» y «español» son válidas y que la polémica sobre cuál de las dos resulta más apropiada «está hoy superada».
Las 22 Academias recomiendan el término «español» porque «carece de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas».
En el Cono Sur hay una clara preferencia por la voz «castellano» desde la época de la independencia política, a principios del XIX, como coinciden en señalar el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, y el director de la Academia Chilena de la Lengua, Alfredo Matus Olivier.
Ambos recuerdan que las razones de esa preferencia las expuso brillantemente Amado Alonso en su libro Castellano, español, idioma nacional (Historia espiritual de tres nombres), publicado en 1938.
Y no sólo en el Cono Sur, pues Amado Alonso señala que en México y en Argentina «se impuso por muchos años el nombre de “idioma nacional”».
Con ello «se esquivaba en el nombre del idioma el de una nación extranjera que en el siglo de las luchas de independencia no era simpático a las jóvenes repúblicas americanas».
Pero, hoy día, «las valoraciones de “lo español”, de negativas connotaciones en la época de la postindependencia, ya no tienen vigor», asegura Matus.