Fueron ellos, los que se dicen más «chingones», quienes celebraron cada uno de los chistes que cruzaron el Auditorio Juan Rulfo de la FIL, acostumbrado al discurso literario elevado pero hoy más cerca del mundo terrenal gracias al verbo «chingar».
El término es intraducible, cuesta años dominarlo y estimula a la imaginación de quien lo escucha por sus múltiples acepciones, casi infinitas.
Hasta hoy los académicos lo usaban con cierto recelo pero esta mañana, a «chingadazos», los organizadores del encuentro ¿Cómo chingados se usa el español? lograron lo que se pretendían: entusiasmar a los jóvenes con el español.
Al mexicano Carlos Loret de Mola, periodista de Radio Fórmula y Televisa, le echó en cara una persona que cada mañana en su noticiero, pida que la gente le mande imágenes curiosas «con un teléfono, con una cámara o con lo que sea».
«Yo he tratado de hacerlo con zapatos y plátanos, pero me es imposible», explicó quien preguntaba, a lo que Loret le contestó a la española y sonriendo: «¡Hombre, no seas tan radical!».
Luego se quitó el zapato para tomarle una foto a quien le había puesto en un brete por culpa de su entusiasta cortinilla.
El colombiano Daniel Samper, que se presentó como académico «por error» de la lengua en Colombia, contó cómo una vez alguien trató de buscarle las cosquillas reprochándole su forma de expresarse.
«Yo, creo que el lenguaje es lo mismo que el amor: no pido pureza sino higiene», contestó a su interlocutor.
A Alex Grijelmo, presidente de la Agencia Efe y vicepresidente de la Fundéu España, le presentaron como hincha del Real Madrid y se vengó a su manera de la concurrencia usando términos como «molar», «joder», «manguis» (ladrona) o «ratera», con los que están poco familiarizados los «chingones» mexicanos.
El escritor mexicano Juan Villoro se atribuyó la popularización de la palabra «súper» (por supermercado), que aparece en el Diccionario panhispanico de dudas, y narró una anécdota que le dejó helado: una vez un mecánico que examinaba su coche le explicó que éste se había parado porque «se le acabó el sinfín».
Las preguntas pusieron fin a una de las sesiones más desenfadadas en las últimas ediciones de la FIL, la mayor feria del mundo en español que tiene entre sus prioridades buscar lectores ganándose, con actos como el de hoy, al público joven e irreverente. (Efe)