Su trabajo tiene mucho de detective, pero del idioma español. Lee, investiga y aclara las dudas. Para cada enigma propone una solución. Su tarea no transcurre en calles peligrosas, sino entre las páginas de los diarios y los programas que ve por televisión o escucha por radio. Es allí donde María Gabriela Pauer busca problemas, errores y extranjerismos, para elaborar las pastillas lingüísticas que después, en forma de recomendación o consejo, envía periódicamente a los medios de comunicación —con los que ha suscripto un acuerdo— a través de la agencia de noticias española Efe. El objetivo: ayudar a proteger el idioma y a mejorarlo.
Pauer dice que los extranjerismos son los que provocan más dudas en quienes escriben, que el hábito de la lectura ha sufrido por la abundancia de otras formas de entretenimiento y que la ortografía de chicos y jóvenes se podría mejorar «haciendo que en la escuela se vuelva a estudiar».
Cada una de las propuestas lingüísticas que formula Pauer a los medios está avalada por la Academia Argentina de Letras (AAL) y aprobada por su presidente, Pedro Luis Barcia, con quien trabaja estrechamente. La misión que realiza Pauer comenzó en enero del 2011 con la Fundéu BBVA en la Argentina, sucursal de la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) española y asesorada por la AAL.
Joven (nació en 1975), licenciada en comunicación social, profesora de castellano, literatura y latín y magíster en lexicografía hispánica (RAE), Pauer fue consultada por La Nacion sobre los desafíos que encuentra el idioma español en nuestro país, los errores y las consultas más comunes, las faltas de ortografía de los chicos y la falta de lectura en los jóvenes.
¿Su tarea, básicamente, es descubrir errores en los medios de comunicación?
-No siempre se trata de señalar errores; también se sugieren vocablos españoles para expresiones inglesas, palabras que ya son aceptadas «oficialmente» y que han pasado a ser parte de nuestra lengua, algunas cosas que señalan la Ortografía y la Nueva Gramática. Las recomendaciones suelen venir de la lectura de los diarios y de aquello que se escucha en radio y televisión. También de errores frecuentes que se cometen en todos los ámbitos. Lo que se hace entonces es verificar si esos errores también se cometen en la prensa.
¿Cuáles son las dudas o confusiones sobre el idioma que detecta más a menudo?
-La correcta escritura de extranjerismos es una de ellas: por ejemplo, cómo escribir el verbo «tuitear», que muchos escriben «twittear»; cuál es el plural de píxel; si es correcto escribir smartphone y soundtrack , o si ciertos neologismos han sido aceptados o no, por ejemplo la familia relacionada con el blog (bloguera, bloguear, etc., que ya ha sido incorporada al español), el vocablo okupa; sponsor, etc. Algunas llamadas y consultas se relacionan con la escritura de las abreviaturas. También seguimos las consultas hechas a través de la página de la Fundéu BBVA o los errores y ambigüedades que veo en las notas periodísticas.
Mucho se está hablando de que el uso extendido de Internet y de las redes sociales ha empobrecido la ortografía. ¿Qué pasa en nuestro país?
-Es difícil poder decir de manera taxativa si los errores de ortografía han crecido o no. Sí ha crecido la publicidad de muchos textos y de escritos que antes eran de índole privada y ahora se hacen públicos casi automáticamente. Las redes sociales Twitter y Facebook, por ejemplo, hacen que todos —o casi todos— puedan acceder a mensajes y comentarios que estaban restringidos. Con anterioridad a las redes, los blogs ya permitían acceder a relatos antes íntimos. Por su propia naturaleza, el blog da para la reflexión, la relectura y la corrección, y por ende se encuentran menos errores que en las redes sociales. Como consecuencia lógica, si hay más textos, hay más posibilidad de error. Suele cumplirse la siguiente ley: quien escribe bien lo hace bien donde sea que escriba; quien no sabe hacerlo suele hacerlo mal dondequiera que se exprese. Hay algunos casos, que no son mayoría, en los que se escribe mal a sabiendas y como clara agresión hacia quienes reciben el mensaje: la mala ortografía expresa equivale a la falta de respeto.
¿A qué los atribuye?
-Hay múltiples causas para los errores ortográficos. Una de ellas es lisa y llanamente un desconocimiento supino de la materia. Las reglas ortográficas se enseñan, pero se olvidan rápidamente, ya que hay una disociación entre la teoría y la práctica. No culpo de esto a los docentes, salvo excepciones, claro, ya que muchas veces se les exige hacer pasar de grado y de año a chicos que no dominan en absoluto la escritura: ni la ortografía ni la conjugación ni el conocimiento mínimo de las preposiciones. Otra causa es el abandono paulatino de la lectura ante la proliferación de otros modos de entretenimiento y educación que no son malos de por sí, pero que empobrecen al niño, joven o adulto que se aboca sólo a ellos: la televisión, la computadora, los juegos electrónicos. Las horas destinadas a leer son cada vez menos; los jóvenes se concentran cada vez menos tiempo en cualquier actividad que emprendan. Un comentario muy frecuente ante un texto de más de cinco carillas es que es «muy largo».
¿Hay otras causas?
-Sí, claro. Decodificar un texto es cada vez más difícil para las nuevas generaciones. La comprensión lectora es una deuda en nuestra educación. Otra causa es que muchos jóvenes no distinguen entre las reglas del MSN, sus abreviaturas y emoticonos y las reglas ortográficas. Se olvidan de que cada medio tiene su lenguaje. Y una última causa: el corrector de textos de la computadora, muchas veces engañoso, ya que no distingue ciertos conceptos básicos y no suele adaptarse al español de América con facilidad. Da una falsa sensación de seguridad.
¿Cómo se mejora la ortografía de chicos y jóvenes?
-Bueno… yo diría que haciendo que en la escuela se vuelva a estudiar. El rol social que cumplen estas instituciones no debe dejar de lado la enseñanza. Quien escribe mal debe ser «sancionado» de alguna manera. Y no es autoritario ni pasado de moda volver a aprender de memoria las reglas ortográficas para poder responderse a uno mismo, en caso de dudas, cuál es la respuesta correcta. Aunque parezca gratuito o inocuo, escribir mal conlleva a la larga una condena social.