Cambiar nuestras palabras por las de otro idioma (decir runner en vez de corredor; detox, mejor que depurativo; celebrities antes que famosos o spoiler en lugar de destripe) es una tentación en la que caemos con frecuencia y que muchas veces solo consigue oscurecer innecesariamente el mensaje y dejar fuera a quienes no dominan esa jerga.
Ese amor desmedido por los extranjerismos, y especialmente por los anglicismos, tiene muchas causas. Una es, desde luego, el poderío cultural, económico y tecnológico del mundo anglosajón. Pero seguramente hay otras, entre las que no se deben descartar el esnobismo, la fascinación por lo ajeno y, a veces, el desconocimiento de lo propio.
En la Fundación del Español Urgente decimos con frecuencia que no tenemos nada en contra de los anglicismos ni de ningún otro extranjerismo. El español está lleno de palabras que llegaron de otras lenguas, resultaron útiles a los hablantes y se quedaron para siempre en nuestro idioma. En muchos casos, cuando las usamos ni siquiera somos conscientes de que estamos recurriendo a algo que un día fue un extranjerismo. ¿O usted asocia a esa categoría palabras como restaurante, garaje, fútbol o chocolate?
Pero una cosa es la incorporación a nuestra lengua de voces de otros idiomas que cubren un hueco que existía en el nuestro y otra, dar por bueno cualquier término foráneo, a menudo sin conocer bien su significado y pronunciándolo cada uno como buenamente puede.
Lo cierto es que cada día aterrizan en las páginas de nuestros periódicos y en las pantallas de nuestros ordenadores decenas de palabras, procedentes sobre todo del inglés, que muchas veces adoptamos de forma acrítica, sin pararnos a pensar ni cinco segundos si nuestra lengua tiene una buena alternativa.
A veces no es fácil encontrarla, desde luego. Aportar opciones en castellano que puedan competir con la palabra que viene de otro idioma es una de las tareas de la Fundéu BBVA, que intenta cada día poner los términos españoles sobre el terreno de juego para que luego, como siempre, sean los hablantes quienes decidan si emplean la alternativa propuesta o acogen el extranjerismo.
Otras veces no es tan complicado. Como en alguno de los ejemplos que figuran en el inicio de este artículo, el anglicismo que llega no aporta nada y es simplemente una forma rebuscada y supuestamente glamurosa de referirse a algo que en nuestro idioma ya tenía su propio nombre. O, simplemente, lo que se conoce comúnmente como postureo lingüístico, por usar una de las palabras de moda.
Para esos casos hemos decidido utilizar la etiqueta #alpanpan, que es solo un guiño a los lectores, un pequeño recordatorio de lo bueno que es llamar a las cosas por su nombre.