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El español medio usa muy pocas palabras para manejarse en su día a día. Traemos aquí un puñado de ellas que dan nombre a cosas o situaciones no tan extrañas como puede parecer. La pelota de su uso ya está en tu tejado.
En nuestra lengua disponemos de muchos cultismos procedentes del griego o del latín en los que encontramos la secuencia de consonantes -pt-: «aceptamos a los adeptos escépticos».
Se nos gastó literalmente de tanto usarlo. Desde hace tiempo, no es raro encontrárselo en contextos en los que no hay nada de literal en lo que se dice.
Los mensajes digitales muestran cada vez más esos tres minúsculos redondeles de sugerente significado.
Desde que Paul H. Grice estableció en 1975[1] que la lógica y la conversación se regían por principios diferentes, e inauguró con ello la pragmática, se sabe que la comunicación cuenta con una gran cantidad de información que se implica pero que no se dice y que, sin embargo, es necesaria para la comprensión.
¿Por qué los bogotanos dicen «¡Está que llueve!», cuando ya está lloviendo?
Lo dijo Aristóteles, Cicerón y Shakespeare: hay que hablar claro. Pero no sirvió de nada. La mayoría de las compañías y administraciones españolas redactan contratos y documentos incomprensibles. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué no emplean un lenguaje sencillo y eficaz para comunicarse con los ciudadanos?
El español mexicano contiene cientos de palabras de orígen náhuatl y maya. Incluso algunas como chocolate, tomate, aguacate y coyote se usan en otros idiomas y países.
Una nueva palabra en nuestro idioma, con registro en el Diccionario de la lengua española.
La Fundación del Español Urgente resuelve las dudas lingüístiscas de los oyentes de Las mañanas de RNE.
La mejor opción quizás sea colecta, palabra que ya se aplicó a la recaudación de Olof Palme.
En Fundéu BBVA nos hemos preguntado (y hemos preguntado a nuestros seguidores) si hay una alternativa al uso del anglicismo sticker en las redes sociales.
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