Comunicar supone dominar los códigos escritos y no escritos de la pragmática y saber que el mensaje puede cambiar según el contexto donde se aplique o que un mismo enunciado puede ser muy diferente si va dirigido a uno u otro destinatario. Negar estos hechos supone no entender en realidad cómo funciona el lenguaje. Habitualmente se habla en pragmática de un conjunto de hechos no literales que recurren con normalidad a lo que se implica y no se dice, lo que se conoce como inferencias, entre los que se encuentran la metáfora, buena parte del discurso directo, la ironía o el humor. De hecho, y siguiendo a Grice, tanto la ironía como el humor compartirían la infracción abierta de la primera máxima de cualidad; es decir, hacer ironía y/o humor sería algo similar a mentir. Sin embargo, esta mentira es «acordada» entre el hablante y el oyente, de manera que normalmente la comunicación no falla. Por eso sabemos que cuando alguien usa el modo humorístico todo lo que dice se ha de entender como un texto humorístico.
Es evidente que algo ha fallado en la comunicación del discurso humorístico implícito en los tuits que han servido para condenar a Cassandra Vera o que han fomentado que la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos se querelle contra Wyoming y Dani Mateo por un chiste. Examinemos cuáles son esos aspectos.
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