Sobre el lenguaje administrativo y empresarial
Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro
Albert Camus
En los años sesenta, cientos de personas se reunieron a las puertas de la Casa Blanca con unos papeles y unos mecheros. Encendieron la llama y los hicieron arder como si estuvieran en el infierno. Tenían un motivo: no había Dios que entendiera esos documentos.
Aquellos estadounidenses no tenían la flema española de aceptar una documentación indescifrable. Ese movimiento de consumidores exigió su derecho a entender qué decían las administraciones y las empresas. No estaban dispuestos a firmar un contrato en lenguaje encriptado y una letra pequeña imposible de ver sin tres lupas de aumento.
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