Lo de chupado merengado lo dice mi hijo de cinco años porque lo ha oído en el colegio. Lo de que el plural de libro y árbol es biblioteca y bosque podría habérsele ocurrido, pero lo cierto es que sabe que es libros y árboles desde antes de entrar en primero de infantil.
Es lo que tienen los niños pequeños: aprenden por imitación y, en lo que toca al lenguaje, aplican las reglas con una lógica aplastante: si el participio de comer es comido, el de poner será ponido: «Me he ponido el jersey al revés», puede decir cuando se distrae. «Otras veces te lo has puesto bien», enmiendo sin corregirlo.
Un día le pides ayuda para tender la ropa de la lavadora y se ofrece a sacar de la cubeta los jerseyes. «Muchas gracias. Los jerséis van en las varillas de atrás». Cuando, en la práctica, es obvio que adonde acaban yendo los jerséis es al suelo (pero educar consiste en fomentar la colaboración a costa de que una tarea de diez minutos se convierta en el gran plan para pasar la tarde).
Y, hablando de suelo, aunque acostumbramos a destacar que en la infancia se es muy fantasioso, esto es, que no se tienen los pies a ras de suelo, yo sostengo que los niños tienen en el suelo los pies, los pantalones, los jerséis y hasta los dientes. Así que, al llegar a casa, le pido a Jaime que tire todo al cesto de la ropa sucia y que se tire a sí mismo a la bañera. Allí juega con velocirraptores y leones de juguete, lo que no supone dificultad gramatical alguna, pero entonces salen de la cárcel dos mamutes y, aunque quieres aclararle que lo adecuado es mamuts, supones que no es un animal con el que vaya a convivir a largo plazo y dejas pasar el tema.
¿Para qué contarle que solo añaden -es los plurales de las palabras terminadas en l, r, n, d, z y j? De velocirraptor, velocirraptores; de león, leones; de cárcel, cárceles… Ah, bueno, y también añaden -es los monosílabos y polísilabos agudos terminados en s, como mes, meses y holandés, holandeses. Ah, bueno, pero no si ese polisílabo agudo es una voz compuesta cuyo segundo elemento ya está en plural: el reposapiés, los reposapiés, no los reposapieses. Ah, bueno, y el plural de sándwich es sándwiches, aunque el de crómlech es los crómlech, no los crómleches. «¿Y el plural de fax, que acaba en equis?». «¡Eso no hay ni que mencionarlo!, ¡por supuesto que el plural de fax también añade -es! ¿Ves, hijo, que intuitivo es todo?».
Más tarde, lo desafío a ver lo rápido que es capaz de secarse, primero, y de ponerse el pijama, a continuación. Como cualquier petición se convierte en un juego en el momento en que sacas el cronómetro y despiertas su espíritu competitivo, termina ambas acciones a supervelocidad y proclama que ha batido dos récordes. A esas alturas, sospecho que el tema de los plurales va a llevarme al ataúd, plural ataúdes, y que acertar forma parte del reino de la casualidad, plural casualidades. Y es que, de nuevo, encontramos otra excepción: las palabras terminadas en grupo consonántico forman el plural añadiendo solo s, aunque el singular sea de los que terminan en l, r, n, d, z y j: wéstern, wésterns, no wésternes, y récord, récords, no récordes.
Ya seco y con el pijama puesto, aprovecha para pedirme ver un vídeo en el ordenador: resulta que en el colegio están hablando sobre animales acuáticos y quiere ver tortugas. La profesora le ha contado que hay especímenes gigantes, de hasta dos metros de longitud, pero el que aparece en pantalla no pasa del medio metro, así que «es un especímen bebé». Entonces le hago notar lo curiosa que es esta palabra, cuya sílaba fuerte es -pe- en singular, espécimen, pero en plural es -ci-: especímenes, con cambio de sílaba tónica. Y mi hijo me pregunta que por qué se me disparan tics faciales y se me escapa una risilla nerviosa.
Con tantas excepciones, en realidad, uno se pregunta qué problema añadido supondría que todos los anglicismos adaptados formasen el plural añadiendo simplemente s: de bitcóin y clúster, bitcoins y clústers, en lugar de los actualmente recomendados bitcoines y clústeres.
«Pero, entonces, ¿el plural de sándwich no sería sándwichs, en lugar de sándwiches?». «¡Eso no lo dicen ni lo ingleses, por el amor de Dios!, ¡sándwichs!, ¡eso es impronunciable!». «¿Y cuál es el plural de test?». «¡El plural de test es pruebas, maldita sea!, ¡ganas de marear la perdiz!». «Pero ¿es testes o tests? Porque a mí se me traba la lengua con tests».
Por la noche, mientras cena, le leo un cuento en el que el menor de tres hermanos va en busca de un pájaro de fuego. La aventura lo lleva a colarse en dos castillos y, en ambas ocasiones, es sorprendido intentando robar y acaba con sus huesos en las mazmorras, aunque los reyes terminan liberándolo. «¡Ay, madre!», me interrumpe mi hijo al tiempo que se da una palmada en la frente. Y es que no se aclara con eso de que el plural de rey sea reyes, pero el de jersey no sea jerseyes.
Por supuesto, yo podría explicarle que lo habitual es que los sustantivos que terminan en -y precedida de vocal forman tradicionalmente el plural añadiendo la sílaba -es: leyes, reyes, bueyes, convoyes… Pero que hay palabras tomadas recientemente de otras lenguas que se forman convirtiendo la –y en i y añadiendo una s: jerséis o gais. Ahora bien: dado que mi hijo no tiene edad para que le pudra la vida con más excepciones lingüísticas, me limito a aconsejarle que diga reyes y me hago la nota mental de sustituir todos los jerséis por abrigos, prenda cuyo plural es sencillo y, por cierto, nunca se ha puesto al revés.
En realidad, después de acostarlo y darle el beso de buenas noches, salgo de su cuarto con la sensación de que, por muy experto en la materia que se sea, las normas no están chupadas merengadas, sino que a menudo son un guirigay colosal, cuyo plural, a propósito, puede ser tanto guirigáis como guirigayes.
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