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Caius Apicius (Agencia Efe)

Vino, no caldo

Soleada pero fría mañana madrileña para despedir noviembre; el solsticio de invierno está ya a la vuelta de la esquina. Es época de platos de cuchara, de sopas reconfortantes, de buenos caldos... Mientras escribo, me llega un olor agradable y despertador del apetito: en la cocina se está haciendo un caldo.

Me explico. Cuando un gallego, y yo lo soy, dice «caldo», sin más, se refiere a lo que el resto de los mortales llama caldo gallego.

Si pensase en un caldo de pollo, o de pescado, o de carne, lo especificaría. Caldo, a secas, es caldo gallego. De grelos, de nabizas, de berza, de repollo… Mejor, ahora, de grelos. Con patatas y alubias (en Galicia, fabas). Y con unto y lo que caiga: un trozo de lacón, algo de morcillo de ternera, un poco de costilla de cerdo, tocino, algún chorizo… Del caldo básico al caldo “de crego” (de cura) que decía Cunqueiro hay un sinfín de posibilidades.

Caldo. El Diccionario nos informa de que la palabra procede del latín caldus, caliente. De hecho, en italiano, la palabra caldo significa caliente, mientras que nuestro caldo, para ellos, es brodo, que, como el inglés broth y, por otra vía, el francés bouillon, deriva de palabras con el significado de hervir.

Sigamos con el Diccionario. Añade que un caldo es el «líquido que resulta de cocer o aderezar algunos alimentos». Bien. Hasta ahí, de acuerdo. El problema es la siguiente acepción: «jugo vegetal, especialmente el vino, extraído de los frutos y destinado a la alimentación».

Visto así, podríamos llamar caldo hasta al zumo de naranja del desayuno; por cierto, que «zumo» ha desplazado al olvido al antiguo «jugo de naranja», usado mayoritariamente en la comunidad lingüística hispanoamericana. Pero el problema es llamar «caldo» al vino. Será académico, pero a la mayoría de las gentes relacionadas con el vino por profesión o afición nos chirría.

De acuerdo, durante mucho tiempo el vino fue, más que otra cosa, una barata fuente de calorías. Es también correcta la tradición de tomar vino caliente, incluso hacer sopas («hacer sopas» es echar trozos de pan en un líquido) de pan y vino. Pero la acepción se ha quedado antigua, o eso me parece a mí, al menos, y a mucha gente que conozco.

En periodismo hay un montón de normas no escritas bastante ridículas. Por ejemplo, esa tontería de «un total de 120 personas…» para no empezar un párrafo con un número. Vaya problema: escríbase un numeral: «Ciento veinte personas…» «Fulanito, de treinta años de edad…» Pues claro que de edad, de qué va a ser… Bueno, pues entre esas normas está la que inspira horror a la reiteración.

Así que queda feo, dicen, repetir la palabra «vino» varias veces en el mismo párrafo, de modo que ¡toma caldo, y por tazas! Qué quieren que les diga: a mí no me parece feo, y hay más formas de evitar una excesiva reiteración que insultando al vino, que es lo que hacemos, en realidad, cuando le llamamos «caldo».

Como digo, lo de «caldo» nos chirría a muchos. Pero hay algo que va más lejos: «degustar un buen caldo». Nuevamente nos encontramos con una expresión académicamente correcta, pero, en este caso, más cursi que tocar a rancho con violín.

El vino se bebe, o se cata, o se disfruta. Vale, acepto pulpo como animal de compañía: a veces se degusta. Pero es que ahora siempre se degusta. Es como el agua: antes, la gente bebía agua; ahora, se hidrata. Ganas de ser cursis (o políticamente correctos: es igual), por favor.

El refranero español pide claridad en la expresión: «al pan, pan, y al vino, vino». Pues eso. Llamemos al vino por su nombre, y dejémonos de eufemismos, mientras podamos. Yo propondría a todos los enófilos que se negaran a compartir una botella de vino con alguien que se refiera a su contenido como «caldo»… salvo que sea italiano y a lo que se refiera sea a que el vino está caliente, è caldo.

En cuanto al que propone, y encima por escrito, «degustar un buen caldo», se merece que lo pongan a pan y agua una buena temporada. Mira que complican algunos una cosa tan sencilla como disfrutar de una copa de vino. Yo, qué quieren que les diga, a lo mío. Me espera un caldiño de lo más apetecible.

Antes, como es de precepto, un aperitivo ligero. Pero lo tengo clarísimo: el caldo, en plato y con cuchara; el aperitivo, una copa de vino, seguramente, por subrayar la cosa galaica, un albariño de las Rías Baixas. Pero dejando bien claro que el vino es el vino y el caldo es el caldo.

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