Noticias del español

| Juan Esteban Constaín (El Tiempo, Colombia)

Uso de buen retiro

Casi nadie ha despedido con honores a las 1 350 palabras que fueron jubiladas del diccionario corriente, y que ahora caminan por esa especie de parque para retirados que es el Nuevo diccionario histórico del español.

El viernes pasado se presentó en Madrid la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española: el adorable y temible y siempre útil y siempre infamado DRAE, que ya circula por las calles de nuestro idioma, tan variado y tan rico, a ambos lados del mar. Así que ya está aquí y allá, desde el 17 de octubre, este libro sin fin que es al mismo tiempo un tesoro y un cementerio, una dicha y un castigo, un encuentro y un desencuentro. Porque cada quien, como ocurre también con el espejo, tiene el diccionario que se merece.

El español es además una lengua agitada y vital, como suelen serlo todas, o casi todas, aun aquellas a las que muchos llaman ‘lenguas muertas’ y que todavía conservan el alma de lo que fueron, de lo que son. Basta con invocarlas de nuevo al soplar sus brasas, sus palabras, para que todo el universo que yace en ellas vuelva a arder otra vez, como quien atiza el fuego. Porque eso también son las lenguas, antiguas o nuevas: concepciones del mundo, maneras de ser y de pensar. La memoria y la cultura.

Solo que la nuestra, el español –o el castellano, como también la llaman muchos–, está hecha de miles y miles de hablantes y de voces que la usan y la manosean a diario: más de 495 millones de personas que en Barcelona o en Lima, en Cali o en Boca Ratón, en el mundo entero, se entienden con ella y por ella, o tratan de hacerlo, o creen hacerlo. Todas con una lengua común que las une y las separa, las dos cosas, y que es tan múltiple y variada como las sangres y las razas y las gargantas que la pueblan.

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