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| Javier Otazu (Agencia EFE)

Unamuno pasa examen de español en el Sáhara

¿Quién le iba a decir a Miguel de Unamuno que un día su nombre serviría para llevar la lengua española a los confines del desierto del Sáhara? En la ciudad de Dajla, antigua Villa Cisneros, hoy el español regresa a las aulas después de haber desaparecido de las mismas durante 40 años.

El próximo viernes se producirá un pequeño acontecimiento en Dajla, cuando se entreguen oficialmente los primeros seis diplomas del DELE (diploma de español como lengua extranjera) que se expiden en una ciudad que fue fundada por los españoles en 1883 y abandonada por ellos en 1975 para ser ocupada por Mauritania y luego por Marruecos.

El «culpable» de que el español tenga otra vez un sitio académico es la Academia Unamuno, creada por un voluntarioso saharaui llamado Brahim Hameyada, un hombre con un empeño quijotesco: «Detener el retroceso del español en el Sáhara», dice a Efe.

Que se sepa, Unamuno jamás pisó el Sáhara Occidental y lo más cerca que estuvo fueron los pocos meses de su vida en que pasó exiliado en la isla canaria de Fuerteventura (enfrente de las costas saharauis), deportado por la dictadura de Primo de Rivera en 1924.

El nombre de la academia se debe simple y llanamente al amor que Hameyada profesa por el escritor vasco, solo comparable al que siente por Miguel Delibes.

Hameyada, que hoy tiene 55 años, aprendió a leer en una escuela española que cerró abruptamente en 1975, fecha de la marcha de los españoles. Muchos años más tarde, en 2002, «un grupo de cuarentones saharauis» se juntaron para salvar del olvido una lengua «que para nosotros era como materna», según explica en un perfecto castellano, pese a no haber vivido jamás en España.

De aquel empeño surgió una asociación y más tarde la Academia Unamuno, aunque se vio obligado a enseñar también francés e inglés, en parte forzado por la demanda y en parte para camuflar así «la peculiaridad saharaui» que supone el apego por el español frente a un Marruecos que ha optado desde su independencia por el francés como lengua de apertura.

Afortunadamente, hoy los tiempos han cambiado; en la época del anterior rey, Hasán II, abrir una academia de español en el Sáhara Occidental estaba lisa y llanamente prohibido.

A su modo, Hasán II combatía así esa peculiaridad étnica o histórica que explica que hoy en día los estudiantes de español sean saharauis, mucho menos numerosos que los que optan por el francés o el inglés, que en su mayor parte son marroquíes llegados del norte.

¿Y qué anima hoy a un saharaui a aprender español? Unos pocos —razona Hameyada— lo hacen para comerciar en Canarias, pero los más lo hacen para acceder a la nacionalidad española.

Y es que de forma discreta, en los últimos años varios miles de saharauis han obtenido la nacionalidad tras probar que nacieron en un territorio que entonces era español, siempre que puedan presentar un libro de familia, una partida de nacimiento o algún documento de la época.

Pero los tribunales españoles no «regalan» estas nacionalidades: se exige un mínimo conocimiento de la lengua y la cultura españolas para la obtener el DNI y el pasaporte.

Hameyada lo ha visto muy claro y no tiene el menor empacho en ofertar sus cursos de español en Dajla con este reclamo: «Para lograr la nacionalidad española», junto a la foto de un pasaporte granate.

Sea por lo que fuere, el empeño de este saharaui ha tenido su premio: tras dos años de actividad de su academia, el Instituto Cervantes homologó sus cursos en noviembre de 2015, y los exámenes que pasan los alumnos de la Unamuno son los DELE, los mismos que los de cualquier aula del Cervantes.

Este quijote del desierto asegura que no gana dinero con la academia, y que los ingresos le sirven apenas para pagar los gastos de alquiler, agua, luz y profesores: «Mi primer interés es salvaguardar el español, porque es una pena que un país abandone así su lengua y su cultura», se lamenta.

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