En esa nueva lengua, que triunfa entre profesionales cualificados de todo tipo, uno abre «la boca hacia atrás», en vez de quedarse «boquiabierto»; se «tiran las campanas al vuelo», se dice «van a saltar cabezas» y no «a rodar», se es «un buen dibujista», se esboza «una sonrisa lobezna», se ponen «las uñas en el fuego» por alguien o te da «un vuelco el estómago».
Estos son algunos de los innumerables ejemplos de usos incorrectos del español que Ana Durante, seudónimo de una editora con más de veinticinco años de experiencia, ha ido seleccionando de medios de comunicación orales o escritos, libros, obras de teatro, películas y series, tanto de producción propia como dobladas, entre otras fuentes.
La autora ha preferido no revelar su nombre porque, si se supiera quién es, «sería más fácil identificar las fuentes, textos o personas» de los que, a lo largo de cuatro años, ha sacado el material para este libro publicado por Debate.
«No está en mi ánimo perjudicar ni señalar a nadie personalmente, sólo quería hablar de un fenómeno cada vez más difícil de ignorar”, afirma en una entrevista con Efe Durante, en alusión a ese neoespañol que está “sustituyendo al español a marchas forzadas».
No se trata de un cambio a la velocidad normal a la que evolucionan las lenguas sino «de un infarto masivo y fulminante, dejando en su lugar un mejunje incomprensible» y «desconcertante», asegura.
La Guía práctica de neoespañol. Enigmas y curiosidades del nuevo idioma podría resultar desoladora si no fuera por el humor y la ironía que hay en sus páginas y por los ejemplos seleccionados, que harán reír al lector a carcajada limpia.
Lo grave del nuevo español del que habla Durante es que «su éxito más llamativo no lo está consiguiendo entre verdaderos ignorantes, sino entre gente cualificada a nivel educativo, pero desde luego cada vez más desconocedora de su propia lengua», afirma la autora, que insiste en que todos los ejemplos de la guía están debidamente documentados.
En esa lengua «aproximada» (también la llama así Durante) cualquier verbo vale, «siempre y cuando no sea el que le correspondería en español». Y, así, se puede decir «esta camisa le profería un aire chulesco» (en lugar de le «confería» o le «daba»), o «le infirió malos tratos» por «infligió».
En neoespañol se escribe, por ejemplo, que «el religioso ahorcó los hábitos», que alguien «solía enjuagar sus penas» con otro, o se lee en una novela lo siguiente: «eran muchos, por lo que habían fletado todo el hotel», y Ana Durante aclara que «el hotel no era flotante».
También se rechaza el verbo «dar», incluso en frases en las que sería preceptivo, como «su hermano le proporcionó una bofetada». O se abusa del «neoverbo» auxiliar «venirse»: «venirse abajo» y «venirse arriba», para sustituir respectivamente a «animarse» y «desanimarse» o «derrumbarse».
El neohablante utiliza los tiempos y modos verbales como le place: «Lo dijo a la defensiva, como si temió que empezase una discusión». «Dudo que sus maestros lo reconocían de tan elegante como iba», son ejemplos que Durante ha sacado de libros «publicados por veteranas editoriales de considerable peso en el sector».
En el apartado «Tocar de oído» la autora incluye frases que demuestran que el hablante escribe o dice algunas palabras como le «suenan»: «Aquello no podía surgir efecto», «cayó una trompa de agua», «fue un toma y daga», «graso error» o «estoy atónico» son algunas de ellas.
O, bien, en lugar de «devanarse los sesos», uno se «rebana el cerebro». O se afirma en un flash económico televisado que «cada vez más jóvenes se quedan en casa viviendo de las costillas de los padres».
Las causas del rápido avance del «neoespañol» y de la desaparición del español son múltiples, entre ellas, según Durante, «el bajísimo nivel de la enseñanza en nuestro país, pero también el bajísimo valor que se le da a la misma, así como a la cultura».
Años atrás, comenta la autora, «la gente ignorante era muy consciente de que lo era y una aspiración importante en su vida —para unos más que para otros, claro— era dejar de serlo. La cultura y el conocimiento se veían como algo que era deseable poseer».
Pero, en la época actual, «¿cómo se puede valorar ni desear lo que ya no se reconoce como importante?», se pregunta Durante, para quien la clase política, responsable de los planes de enseñanza, es «culpable» en buena medida del deterioro de la lengua.
También influye en ese deterioro la existencia de medios de comunicación «que fomentan un entretenimiento de ínfima calidad, y el acceso universal a la información existente en la red», en la que «la misma credibilidad merece la tontería que dice uno en la Patagonia que la tesis doctoral de un profesor andaluz, por decir algo».