«Yo no uso mucho el punto y coma, pero cuando lo uso me salva la vida». Y nos reímos. Y acaso cada uno, en esa carlinga del cerebro que se llama fuero interno, dedicó un rato a pensar en sus relaciones con el punto y coma. Porque alguien había comentado (o comentó al hilo del comentario de nuestro amigo argentino, que gracias al «jet lag» había mejorado dos grados en la escala Ricther de la lucidez), que en la Fundeu y en la RAE reciben a veces consultas sobre el punto y coma. Algunos creen que ha sido abolido, como la esclavitud.
Hay días en que uno sueña que escribe. Hay días en que uno sueña el artículo de pe a pa, y cuando se despierta no se acuerda de la misa la media. Hay días en que uno no está para nada. Hay días en que desea escribir y no encuentra el modo y manera. Hay días que son de frases hechas, de vino y rosas, de raya en el agua. Por ejemplo este artículo, que tenía su título y su canesú. Pero llegaron unos caballos que no habían sido invitados y tiraron de las puntas del día en direcciones opuestas y no me pude resistir y lo que me urgía decir se perdió como lágrimas en la lluvia, etcétera.
Fueron dos días en torno a una mesa alargada en la sede del Cilengua. Los niños juegan en el patio del convento de San Millán de la Cogolla. Sin saber qué rayos hablamos en la biblioteca, con la Princesa Letizia (que tal vez entonces ya sabía que estaba a punto de ser Reina). Me atreví a sacar mi ordenador y a plantarlo sobre la mesa. Después, cuando bajamos al refectorio para un piscolabis, y bebimos un Rioja que no se comercializa, pero que no hemos podido olvidar (viña Grajera), la Princesa me preguntó que escribía: «La crónica para ABC», le dije, antes de preguntarle si le podía preguntar qué le parecía la decisión de la Casa Real de meterse en Twitter.
—No me lo puedes preguntar.
—Por eso le pregunté si se lo podía preguntar.
[…]
Leer más en abcblogs.abc.es