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| JAIRO VALDERRAMA V. (Facultad de Comunicación, UNIVERSIDAD DE LA SABANA, Colombia)

Un mundo de fábula

«Hubo inundación por culpa del agua que entró a las casas…», declaró hace varios meses un funcionario durante una emergencia urbana. ¿Desde cuándo el agua tiene la culpa de algo, como si contara con voluntad, razón o conciencia?

Y si nos encontramos desinformados respecto a otras características de este líquido, pues que desde ya nuestros legisladores y jueces tomen las medidas del caso y sancionen de manera ejemplar a aquellas aguas entrometidas, invasoras de los espacios públicos y privados, para que nunca repitan sus húmedas acciones. También, claro, que nos digan en qué consiste esa culpabilidad.

Por supuesto, las normas de convivencia son establecidas solo para las personas que conforman la sociedad, con el fin de mantener el orden y la armonía. No obstante, si las acciones puramente humanas se asignan a animales o a seres inanimados, empieza a aparecer la dimensión infinita de la ficción. A manera de diversión o como recurso didáctico, con este procedimiento se ha demostrado muchas veces la validez de las comparaciones entre los mundos real y mítico, sobre todo desde el siglo VII a.C., cuando el fabulista griego Esopo nos legó sus moralejas.

Sin embargo, en frases como «el comportamiento de la inflación hizo que los precios de los productos aumentaran…», más de un receptor intuye que el lenguaje evasivo sí existe. ¡Qué maleducada esta inflación! Si en su más tierna edad alguien le hubiese enseñado las buenas maneras, no estaría ahora causando tantos estragos contra más de la mitad de los habitantes del mundo, porque solo quien puede asumir una actitud tiene aptitudes para educarse o ser educado, y ese es el caso de las personas. Por tanto, esa traviesa inflación parece haber faltado a muchas clases, y de sobra se sabe que esta no es una persona.

También sé que los respetables expertos en economía, finanzas, banca, mercadeo, etc. argumentarán que el término «comportamiento» es válido y se usa desde hace muchos años. Pero, me permito refutar (con toda la inclinación de mi prolongada humanidad) que no necesariamente aquello que se propaga, se usa de manera general o se aplica por mucho tiempo resulta preciso en su definición, sobre todo cuando guarda bastante ambigüedad.

En otros casos, cuando se anuncia el cambio de gabinete en un gobierno (casi siempre de ministros), los reporteros se apresuran a anunciar más o menos: «El delegado fue nombrado como ministro». En sentido preciso, este no es ministro, porque ya se dijo: «fue nombrado como ministro». No «fue nombrado ministro», que es distinto. Citando otros referentes, es distinto ser «como estudiante» que «ser estudiante». Un conductor no es «como un conductor»; es decir, algo que se le asemeja: él es «un conductor».

Si en muchas ocasiones las autoridades anuncian que «las armas y las drogas entran al país por esa zona…», se entiende que es solo una manera más de comunicar una idea. Se deduce, con facilidad, que existen algunas personas dedicadas a entrar ese tipo de materias a un país, porque, hasta donde se sabe, las armas y la droga (la sintética) están conformadas por cuerpos inorgánicos, y no tienen piecitos para salir por sí mismas de ningún lado ni para entrar a otro.

«El dólar subió en los últimos días…» es otro ejemplo. Primero: el dólar (aunque sea el concepto genérico) no cuenta con maneras de trepar o subir. Segundo: es el precio de este el que sube o baja. Tercero: en realidad, hay personas o entidades (cuando son decisiones compartidas) las que determinan si este sube o baja. Quizás, sea un recurso para fijar responsabilidad en algo que jamás podrá tenerla.

A veces uno se queda meditando si las nubes también reflexionarán, si se tomarán un instante prudencial para tomar determinaciones con altas probabilidades de aserción. ¿Será por eso que, cuando hay tiempo para observarlas con cuidado, se notan “calmadas”, con su lento transitar, apenas empujadas por el viento y sin ningún aparente afán? Sin embargo, han probado que, una vez «toman resoluciones», causan muchos líos. Todas esas suposiciones surgen de la espontánea afirmación de un reportero: «la lluvia decidió inundar las avenidas…». Claro: también existen decisiones apresuradas y, para esta suposición, deben de ser aquellas que impiden a la gente sacar un paraguas a tiempo.

En situaciones distintas y casi siempre de forma inconsciente, atribuimos faltas a seres inanimados, posiblemente para atenuar nuestros propios errores: «Se regó el café», «se cayó el bolígrafo», «se derramó el azúcar», «el informe se quedó en el escritorio», «las llaves (también) se quedaron dentro de la oficina» o «¡ay (Dios nos libre), se borró toda la tesis!». Ya para concluir, si alguien sabe cómo instruir al café para que no se riegue, al bolígrafo para que no se caiga, al azúcar para que no se derrame, al informe y a las llaves para que no se queden en el escritorio y dentro de la oficina, y a la tesis para que no se borre, por favor comparta tan inmenso secreto con sus semejantes.

Con vuestro permiso.

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