La expresión «traduttore, traditore», que equipara la traducción con una traición al texto original, no deja de ser un tópico manoseado e inservible. El académico Miguel Sáenz (Larache, Marruecos, 1932) –multipremiado traductor al español de escritores alemanes como Thomas Bernhard, Günter Grass, W. G. Sebald y Bertolt Brecht, y de expresión inglesa, como Henry Roth, Salman Rushdie y William Faulkner, entre otros muchos– es rotundo al respecto: «Lo de la traducción como traición es una macana. Y, la verdad, tampoco me gusta lo de complicidad. Se quiera o no, un traductor es un creador».
De igual forma piensa David Ferré (Talence, Francia, 1971), egresado de la Real Escuela de Arte Dramático (RESAD), que lleva quince años vertiendo al francés teatro contemporáneo de lengua española y, por iniciativa de la Fundación SGAE, acaba de traducir para la colección Les Incorrigibles obras de seis autores de las últimas promociones teatrales (José Manuel Mora, Alberto Conejero, Vanessa Montfort, María Velasco, Carmen Losa y Paco Bezerra). «Creo –asegura– que la traducción no es sino un enriquecimiento del texto inicial y también un espejo. Porque el lenguaje de la traducción habla por sí mismo, sin su referente. De hecho, un traductor hoy en día también es autor; en eso sí que hay bastantes avances al respecto. También, la traducción es una señal de apertura, hacia el otro que permite descubrirnos de otro modo».
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