«Hay poca claridad sobre cuál fuese la lengua primera y pura que se habló en España. La que agora tenemos está mezclada de muchas, y el dar origen a todos sus vocablos será imposible. Yo haré lo que pudiere, siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas, y por conformarme con los que han hecho diccionarios copiosos llamándolos Tesoros, me atrevo a usar este término por título de mi obra».
Esta declaración precede a la hechura del primer diccionario de nuestra lengua que, por voluntad de su autor, y dado el uso de la época, se llamó Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Tesoro, en español, no es solo ‘cantidad de dinero, valores u objetos preciosos, reunida y guardada’, sino también ‘nombre dado por sus autores, a ciertos diccionarios, catálogos o antologías’. ¡Qué bien escogido tal apelativo!: no otra cosa es la lengua que un tesoro alimentado por los hablantes, los escritores y los siglos, que hemos de descubrir, alimentar y preservar, en este triste tiempo de renuncia a la cuantía de lo humanístico, en pro de ocupaciones tecnológicas y crematísticas.
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