Así la definen: “que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
El neologismo pretende ilustrar por qué, de un tiempo a esta parte, la gente vota tan rematadamente mal. Hasta ahora, los hablantes de español nos habíamos arreglado bien sin esa palabra porque teníamos “idiota”. La riqueza semántica de este vocablo, “idiota”, es tal que lo mismo sirve como voz cariñosa que como explicación de un fenómeno político.
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