Con este simposio, el castellano, que viajó a América con los conquistadores hace cinco siglos, vuelve a sus orígenes, pues fue en el monasterio de Suso donde aparecieron los textos más antiguos escritos en español, las llamadas Glosas Emilianenses.
Los monasterios se encuentran a apenas un kilómetro el uno del otro pero sus diferencias son muy marcadas: de la grandiosidad de Yuso en el fondo de un valle a la sencillez, al recogimiento de Suso, enclavado en la ladera de una montaña.
El monasterio de Suso está adosado a las cuevas en las que vivió San Millán de la Cogolla, el primer santo de Castilla, y comenzó a construirse a finales del siglo VI en la ladera de un monte boscoso de robles, castaños y tilos.
En ese emplazamiento, sometido a inviernos rigurosos y veranos suaves, Suso ha sobrevivido durante más de 1.400 años a los avatares históricos de España, aunque ha estado a punto de sucumbir a problemas con los que sus constructores no podían contar.
Los usos agrícolas y forestales, que han horadado la ladera en la que se yergue, y el abandono del edificio durante años hicieron al cenobio correr peligro de derrumbarse, lo que hubiese supuesto una pérdida imperdonable para el patrimonio cultural español.
El Ministerio de Cultura tardó más de dos años en solucionar el problema, pero gracias a los trabajos de restauración Suso puede ser admirado hoy diariamente por un reducido grupo de personas, 25 cada media hora.
Más allá de las obras de arte que acoge, que en Suso se «limitan» al cenotafio de la tumba de San Millán, este monasterio es uno de los lugares con más simbolismo para toda la cultura hispana y la religión católica.
San Millán, un eremita discípulo de San Felices, habitó en este valle hasta su muerte en las cuevas que dieron origen a Suso en el año 574, a los 101 años de edad, algo excepcional en esa época.
El monasterio destacó en el aspecto cultural porque de su escritorio, posiblemente el más notable de la Edad Media española, salió una rica colección de manuscritos y códices, como el Códice Emilianense de los Concilios, datado en 992; la Biblia de Quiso, fechada en el 664, o una copia del Apocalipsis, de Beato de Liébana con la letra del siglo VIII.
Y en ese marco es en el que surge en el siglo X la más antigua manifestación escrita de la lengua española encontrada hasta el momento, las Glosas Emilianenses.
Son las anotaciones que un escriba anónimo, posiblemente un estudiante, realizó en el margen de un códice para explicar su contenido, pero no en latín, la lengua culta, sino en romance, el habla en que se expresaba el pueblo llano: había nacido el español.