En un acto en el que también participaron el presidente panameño, Ricardo Martinelli, el príncipe Felipe de Borbón, y los directores del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, y de la Real Academia Española (RAE), José Manuel Blecua, Ramírez destacó lo abierto del español, una lengua “vasta, cambiante y múltiple, sin fronteras ni compartimentos”, dijo.
El novelista nicaragüense señaló que no conoce lo que es vivir en espacios cerrados verbales y que siempre le ha «intrigado» saber lo que es «sentirse escritor de una lengua que tiene el país por cárcel» y que no se habla «más allá de sus fronteras».
Ramírez se refería a escritores que dejan de escribir en su lengua y con la que nacieron «bajo un sentimiento de asfixia», lo cual, afirmó, «no puedo verlo sino como una dolorosa castración».
«La lengua que se paraliza en la boca es una lengua muerta», sentenció Ramírez.
Por ello, «me aterra la posibilidad de que nadie pudiera oirme más allá de mis fronteras, o la de quedarme alguna vez sin lengua», agregó ante un nutrido auditorio que incluía, además, al escritor peruano y Premio Nobel de Literatura, 2010 Mario Vargas Llosa, y al escritor panameño Juan David Morgan.
Para Ramírez, cuando se pierde la palabra se pierde la memoria y las propias raíces, ya que lengua, señaló, «no es solamente una forma de expresión que uno pueda cambiar en la boca a mejor conveniencia, sino que es la vida misma, la historia, el pasado, y aún más que eso, el existir en función de los demás».
«La lengua sola de un individuo hablando en el desierto no tendría sentido, menos para un escritor, que si existe es porque alguien más comparte sus palabras y las vuelve suyas», añadió.
En ese sentido, el autor de Castigo divino (1990) y La fugitiva (2011) señaló que la lengua no es solo una forma de expresión que se pueda cambiar a mejor conveniencia, sino «la vida misma, la historia, el pasado, y aún más que eso, el existir en función de los demás».
Por esa razón, Ramírez dijo que se considera un escritor de una lengua española «vasta, cambiante y múltiple, sin fronteras ni compartimientos».
Una lengua, añadió, «que en lugar de recogerse sobre sí misma se expande cada día, haciéndose más rica en la medida en que camina territorios, emigra, muta, se viste y de desviste, se mezcla, gana lo que puede otros idiomas».
Según el también ensayista, «una lengua viva, que emigra, y no se queda enclaustrada en su propia casa, siempre lleva las de ganar», y cuando en América se habla sobre la identidad compartida, el «punto de partida y de referencia común es la lengua».
Destacó, además, que esta lengua compartida se halla siempre en movimiento y abre sus valvas para recibir palabras ajenas y hacerlas propias, como hizo con el inglés y antes el árabe.
La lengua «gana nuevos códigos cerca del lenguaje digital, de los nuevos paradigmas de la comunicación, de los libros electrónicos, de las infinitas bibliotecas virtuales», indicó.
Esta lengua, dijo Ramírez, es «nuestra lengua mojada», que entra a EE. UU. con los inmigrantes centroamericanos y mexicanos, el español de los hondureños y salvadoreños, la «lengua de la pobreza, que cae bajo las balas de (el grupo de delincuentes) los Zetas (…) y que renace todos los días, se aclimata, camina. Cambia mientras camina».
«No puedo sentirme solo. No tengo mi lengua por cárcel, sino el reino sin límites de una incesante aventura», manifestó Ramírez.
El Congreso Internacional de la Lengua Española reúne desde hoy y hasta el próximo miércoles en el centro de convenciones Atlapa de Ciudad de Panamá a académicos y escritores que debatirán sobre el presente y el futuro del libro en español, la tecnología digital, la industria editorial y la educación.