Con impecables trajes blancos, sombreros de pajilla a la usanza y redondos espejuelos de metal, los fundadores firmaron el acta de creación de la Academia Cubana de la Lengua (ACuL), allá por el lejano 1926, pocas semanas antes de que un inesperado ciclón barriera la urbe habanera.
Por entonces, la aplastante presencia norteamericana en la Isla amenazaba la identidad cultural, en especial el lenguaje. Basta releer la prensa de la época para notar la invasión de extranjerismos en sus páginas. Poco faltó para que las imprentas comenzaran a hablar en inglés y francés.
El notable grupo de intelectuales reunidos en la naciente institución se propuso velar y contribuir al desarrollo de la lengua de Cervantes en la Mayor de las Antillas. En su mayoría escritores y académicos, aportaron con su obra al caudal literario y espiritual de la nación cubana. El ente institucional que legaron, pervive aún hoy, bien entrado el siglo XXI, en un escenario completamente distinto. Aunque mantiene las esencias, ha sabido mutar con el paso del tiempo.
«La ACuL es un organismo asesor, consultivo; independiente de las organizaciones gubernamentales y con autonomía propia. Poseemos la misión de brindar consultas a quienes lo soliciten, sean personas o entidades. En la medida en que nos requieran, ayudamos», aclara el Doctor Rogelio Rodríguez Coronel, elegido en el pasado mes de junio como director de la sociedad.
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