El genio del idioma español también se divierte. Ya sabemos que, por un lado, ese personaje misterioso dicta ciertas normas mágicas que millones de hablantes obedecen sin darse cuenta. Por ejemplo, ha decidido que nuestros vocablos patrimoniales no formen plurales como árbols o relojs. Pero, por otra parte, el gran encantador de la lámpara maravillosa del lenguaje también es capaz de inventar juegos de palabras y poseer para ello las mentes desavisadas de José Luis Coll, Les Luthiers o Luis Piedrahita, sin excluir cualquier otra cabeza invadida por el ingenio del genio.
En el Diccionario de Coll (1975) supimos que pateo es “negar a Dios con los pies”: con Les Luthiers aprendimos que se dice monólogo cuando habla uno, pero que si lo hacen dos se trata ya de un biólogo, y Luis Piedrahita ha imaginado el término perfecto para definir la enfermedad de aquellas personas que acumulan en casa decenas de botes de gel robados en los hoteles: el síndrome de Diógeles. (Hallazgos como éste menudean en su espectáculo Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas o en su último libro: Cambiando muy poco, algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto).
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