Noticias del español

| María Luisa García Moreno (Revista Educación, Cuba)

Programas… ¿desde cuándo?

Si a cualquier docente le preguntan el significado de programa, del latín programma, y este del griego, la respuesta giraría alrededor de la cuarta acepción que aparece en el Diccionario de la Real Academia Española: ‘sistema y distribución de las materias de un curso o asignatura, que forman y publican los profesores encargados de explicarlas’.

Por supuesto, no desconocería el interrogado otras, tales como ‘anuncio o exposición de las partes de que se han de componer ciertos actos o espectáculos o de las condiciones a que han de sujetarse, reparto, etc.’ e ‘impreso que contiene este anuncio’, y aun otras más, de uso común y relacionadas con el desarrollo de tecnologías como la radio, la televisión y la Informática, a saber: ‘serie de las distintas unidades temáticas que constituyen una emisión de radio o de televisión o cada una de dichas unidades temáticas’; ‘cada una de las operaciones que, en un orden determinado, ejecutan ciertas máquinas’; ‘conjunto unitario de instrucciones que permite a un ordenador realizar funciones diversas, como el tratamiento de textos, el diseño de gráficos, la resolución de problemas matemáticos, el manejo de bancos de datos, etc.’

Sin embargo, las primeras acepciones —‘edicto, bando o aviso público’, ‘previa declaración de lo que se piensa hacer en alguna materia u ocasión’ y ‘tema que se da para un discurso, diseño, cuadro, etc.’— nos resultarían un poco más ajenas.

El término en cuestión nace del verbo prographein, ‘anunciar públicamente por escrito’, formado por el prefijo pro- (‘antes de’) + graphein (‘escribir’), sentido que se mantiene en casi todas sus acepciones.

Lo curioso resulta que en el momento de su entrada al diccionario académico, ocurrida en 1780, programa significaba ‘la dicción o dicciones que se destinan para que trastocando sus letras se formen otra u otras que es la anagrama’; como se sabe anagrama, del latín anagramma, es la ‘transposición de las letras de una palabra o sentencia, de la que resulta otra palabra o sentencia distinta‘. Pues bien, esa acepción se mantuvo en las ediciones del diccionario académico de 1783, 1791, 1803 y 1817; aunque ya aparecía ‘tema que se da para un discurso, diseño, cuadro, etc.’ en 1817. Fue en 1837 que apareció la acepción ‘edicto, bando o aviso público’, que desde entonces y hasta hoy se mantiene como primera, y solo en 1869, se incorporó la que a cualquier docente resulta más familiar: ‘sistema y distribución de las materias de un curso o asignatura […]’.

Otra curiosidad relacionada con esta palabra es su significado en otros sitios de esta América nuestra; por ejemplo, con carácter coloquial, en Ecuador y Uruguay se usa como ‘“relación amorosa furtiva y pasajera’ y en Uruguay, como ‘cita amorosa’ o ‘persona con quien se tienen relaciones sexuales pasajeras’.

De modo que esta palabra nos permite apreciar cómo evoluciona, se enriquece y diversifica el español nuestro de cada día.

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