El español Alfred López se define como un recopilador de datos y curiosidades y acaba de publicar un libro para redescubrir el origen de expresiones y palabras olvidadas de los hispanohablantes: «El listo que todo lo sabe ataca de nuevo. Palabras y palabros» (Larousse) es el título de este volumen que reúne 700 términos.
«Las palabras nacen, crecen, se reproducen y jamás mueren», sostiene el autor en una entrevista con EFE, en la que recuerda que, en principio, el libro comenzó con una pequeña recopilación de palabras curiosas, casi en desuso, pero que el proyecto comenzó a crecer y ha acabado en 700 palabras y expresiones. Y su proyecto inicial ha quedado en un capítulo en el que reúne «55 palabras raras para 55 cosas muy comunes».
Hay palabras que se usan muy poco y entre ellas, asegura, hay dos que le encanta utilizar cuando va a un bar: «pedir una caña con dos dedos de giste», que es como se denomina la espuma de la cerveza, o que le pongan un «luquete» para el refresco, una palabra que el «Diccionario de autoridades» de 1734 ya recogía como ‘ruedecita de cáscara de limón o naranja que se suele echar en el vino, para que tome aquel sabor’.
Alfred López, que se confiesa un enamorado de «las palabras y los palabros», ha reunido los términos y expresiones por temáticas, que van desde vocablos casi desconocidos para la mayoría de los hablantes y que, asegura, «están esperando a que alguien las rescate», a dichos que usamos cotidianamente sin saber seguramente su origen.
Y explica cómo, por ejemplo, proceden del mundo náutico expresiones que hemos oído muchas veces.
Entre ellas, «ser un vivalavirgen» con la que se denomina «a la persona que se comporta de manera informal incumpliendo sus responsabilidades». Surgió del momento de la formación de los marineros en los barcos que se iban nombrando a modo de recuento y que cerraba el último con el grito de «¡Viva la Virgen!» para pedir protección divina para toda la tripulación. Y como siempre el último en fichar era el más irresponsable, se empezó a denominarle así.
O «salvarse por los pelos», que era como los marinos que caían al agua y no sabían nadar podían ser salvados si les agarraba por el cabello, por lo que solían dejárselo crecer.
«Pacotilla» como definición de algo de poco valor también procede de ese mundo y del diminutivo del término francés «pacque», equivalente al «fardo» en el que los marineros llevaban sus pertenencias al desembarcar, que estaba libre de pago de impuestos, por lo que comenzó a utilizarse de forma despectiva.
Aunque lo parezca, la expresión «estar a dos velas» para definir a las personas que están faltas de recursos económicos no viene del sector náutico, sino que está relacionada con la costumbre de dejar las iglesias a oscuras tras la misa y el altar iluminado solo con dos velas.
Se puede pensar también que del mundo animal vienen expresiones como «tener la mosca detrás de la oreja», «montar un pollo» o «joder la marrana», pero no es así, explica López.
Porque la «mosca» a la que se refiere esta expresión para decir que estamos alerta no es un insecto, sino la mecha con la que antiguamente se encendía el arma de fuego llamada arcabuz y que el soldado llevaba en la oreja, preparado así para echar mano rápidamente de ella ante un posible ataque.
Y el «pollo» era anteriormente «poyo», un podio o pequeña tribuna portátil a la que se subían los oradores para dar mítines tras los que, generalmente, se solía generar algún altercado. Asimismo, «joder la marrana» no se refiere al femenino de cerdo, sino al eje de la rueda de una noria que podía ser saboteada atrancándola con un palo.
Tampoco alude a un animal el «aburrirse como una ostra», pues el dicho proviene de un castigo que se imponía en tiempos de la antigua Grecia, el «ostracismo», el destierro de una población por un tiempo determinado, un término que a su vez procede del griego «ostrakon», que era una concha cerámica en la que se escribía el nombre del castigado.
Hay muchos dichos que tienen nombres propios y algunos y su origen los cuenta Alfred López en su libro, como el de «que lo haga Rita la cantaora». Y es que la española Rita Giménez García (1859-1934) actuaba como cantaora de flamenco en cuantas funciones se le pedía y actuó en algunas que sus compañeros rechazaron por lo poco que pagaban.
Y cuando decimos que a algún sitio «no ha ido ni el Tato», aludimos al apodo de Antonio Sánchez, un torero español sumamente popular en la segunda mitad del siglo XIX que llevaba una frenética vida social y que iba a donde le invitaban.
«Mandar a la porra» (bastón o porra que en un campamento militar se clavaba apartado para llevar allí a los castigados), «leer la cartilla» (cuaderno que recibían los soldados con las normas de comportamiento) o «quedarse en cuadro» (las unidades militares que perdían toda la tropa en una batalla menos el cuadro de mando) son otras de las muchas expresiones incluidas en este libro.