La lengua propia de los políticos ha aportado en los últimos años un nuevo caso de amaneramiento con visos de elegancia que deriva en uso deplorable: «poner en valor».
Nada se elogia, se destaca o se resalta. A nada se le da relevancia o realce, y nada se aprecia o se estima. Lo que mola es ponerlo en valor.
La expresión se ha extendido con tanta afición, que suelen sucumbir a ella lo mismo el ministro que el alcalde pedáneo. Si alguien quiere sentirse parte de la clase política, debe decir cada dos o tres frases que pone algo en valor.
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