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Carmen Naranjo (Agencia EFE)

«Polla» en México y «polilla» en Perú: lo diverso que une al idioma español

¿Qué haces en España si tus amigos mexicanos te proponen salir a chupar unas pollas? ¿Se puede perder la virginidad con una polilla? Son dos ejemplos de «interferencias comunicativas» que autores en español de ambos lados del Atlántico han reunido en un libro que celebra la diversidad y la unidad.

«Lo uno y lo diverso. La riqueza del idioma español» (Espasa) es el resultado de una invitación del Instituto Cervantes a autoras y autores de diferentes países del mundo hispanohablante a abordar algún aspecto lingüístico que les haya llamado la atención para mostrar la diversidad que enriquece la lengua común.

Un libro que ha sido presentado este martes en el Instituto Cervantes por su director, Luis García Montero; la directora editorial de Espasa, Ana Rosa Semprún, y los escritores Marta Sanz y Fernando Iwasaki.

«Maestra, ¿quiere venirse hoy con nosotros a chupar unas pollas por ahí?» le propusieron unos alumnos mexicanos a su profesora española Marta Sanz, a quien tuvieron que aclarar que era lo que en Madrid se llama «tomar unas copas».

Es una anécdota que la escritora ha incluido en este libro y que, según explicó en el acto, demuestra que cada comunidad necesita construir «su propio código secreto para peculiarizarse».

«Todos tenemos experiencias de interferencias comunicativas y tendemos a generalizar esas pequeñas diferencias. Nos sirven no solo para hacer unas risas, sino que se generalizan como estereotipo nacional», indicó.

Algo que puede ocurrir con la palabra «polilla», que coloquialmente en Perú significa «prostituta». Por eso, la respuesta es sí: se puede perder la virginidad con una polilla.

María Antonieta Andión, María Teresa Andruetto, Gioconda Belli, Gonzalo Celorio, Luis García Montero, Mempo Giardinelli, Álex Grijelmo, Carla Guelfenbein, Carlos Herrera, Fernando Iwasaki, Rolando Kattan, Sergio Ramírez, Laura Restrepo, Carme Riera, Nancy Rozo, Daniel Samper, Marta Sanz, Maia Sherwood, Pablo Simonetti, Juan José Téllez y Juan Villoro son los autores que participan en este libro.

El director del Instituto Cervantes explicó que a las diferentes miradas sobre el idioma (la del turista, la del purista y la del filólogo) han querido añadir la del escritor, «que recoge las enseñanzas de la filología y las lleva a la vida cotidiana» en este libro que «celebra con humor» la riqueza del lenguaje, para destacar que la unidad «no es homologación».

Así, la mirada del escritor peruano Fernando Iwasaki se centró en «los nombres del huevo» que, dice, son «un huevo de nombres» y en la constelación semántica de este término.

Pero también destacó cómo cada país hispanohablante tiene una palabra que define lo hortera: lo baboso venezolano, lo grasa argentino, lo lobo colombiano, el guachafo peruano, lo cholo ecuatoriano, el naco mexicano… Múltiples palabras para referirse a una «cosa completamente hispánica porque solo los hispanohablantes somos horteras», dijo Iwasaki.

«Algo maravilloso de nuestra lengua», a juicio del escritor, es lo ocurrido también con la palabra «chévere», que fue popularizada en España con el culebrón «Cristal» o con «Topacio».

Pero es que Iwasaki defiende que este término salió de la ciudad española de Valladolid hace siglos, ya que Carlos V llegó con un preceptor belga apellidado Chévere, que vestía de colores frente a la vestimenta negra de la corte, y la gente empezó a asociar el «chévere» a algo elegante y diferente e, incluso, había un refrán castellano que aludía a esto.

«Es fantástico que esta palabra cruzara el charco, que fuera a América, que en España se haya olvidado y que haya regresado con “Topacio” o “Cristal”. Y encima que aquí pensemos que es una palabra extraña que hablan en Venezuela y Colombia. Y resulta que salió de Valladolid», indicó Iwasaki.

La escritora Gioconda Belli relató, por su parte, lo que ocurrió con «Son tus perjúmenes mujer», una canción nicaragüense de Carlos Mejía Godoy que se popularizó en la España de los años 70 y que era una mezcla «de herencia colonial, lo moderno y lo indígena».

El mexicano Juan Villoro aseguró por vídeo que frecuentemente se dice que el castellano es «un idioma común que nos separa» y se ejerce un orgullo regionalista creyendo que las modalidades de cada uno son únicas. Pero, afirmó, «el gran misterio de la lengua castellana es que nos acabamos comprendiendo. Estamos condenados a entendernos».

Porque el idioma se expresa con variedades y matices propios en cada uno de los países que lo han hecho suyo, con modalidades tan radicales como el lunfardo argentino o el yanito gibraltareño.

Sobre este último, Marta Sanz señaló que ha descubierto que en su casa lo hablan cuando dicen «va que chuta».

El premio Cervantes nicaragüense Sergio Ramírez explicó, también por vídeo, que ha dedicado un capítulo a la «cabanga», como se denomina la melancolía, añoranza o  nostalgia.

«Juntamos tantos modos de hablar como tonos de piel», aseguró la colombiana Laura Restrepo, que se despidió de «panas, guates, tíos y tías, madres, parceros, colegas, hermanas y camaradas».

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