Según el Diccionario de la Real Academia Española es ‘persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar’, ‘persona cruel y despiadada’.
Su origen es tan antiguo como la navegación y el comercio marítimo. Desde tiempos remotos, salteadores fenicios, griegos, romanos, vikingos, chinos y malayos asolaron los mares del mundo. Cuando los reyes de las principales potencias europeas lo legalizaron, pasó a llamarse corso y quienes lo practicaban poseían una patente e, incluso, algunos muy famosos por sus ‘hazañas’ —como sir Francis Drake—, llegaron a poseer títulos nobiliarios. Los términos filibustero (del francés flibustier) y bucanero (del francés boucanier) se asocian con la práctica de la piratería en el mar Caribe.
En las guerras de independencia de las Trece Colonias inglesas y de Hispanoamérica —también durante la Guerra de los Diez Años— apareció un corso de nuevo tipo, a favor de las luchas libertarias de los pueblos americanos.
En la actualidad, el corso y la piratería no han desaparecido. Desde mediados del siglo XX ha aparecido una nueva forma y hoy se define como pirata aéreo la ‘persona que, bajo amenazas, obliga a la tripulación de un avión a modificar su rumbo’; se habla de radio y televisión piratas para aludir a la que desde un Estado viola la frontera de otro o a la ‘emisora de radiodifusión que funciona sin licencia legal’.
Mucho ha sufrido el pueblo cubano a costa de las agresiones de piratas contemporáneos que, por vía aérea o marítima, atacaban nuestras poblaciones y objetivos económicos. La invasión mercenaria por Playa Girón y Playa Larga fue un ejemplo palpable de piratería.