– Seguramente sí. El mediterráneo es más visceral que racional. Estamos hechos a responder inmediatamente ante el reto externo, lo que limita el tiempo de reflexión. Aunque también reconocemos nuestros errores. A una condición psicológica vehemente le corresponde una conducta exagerada en el habla: no decimos solo ‘tonto’ a quien nos molesta, sino que le propinamos una lluvia de ‘gilipollas, cabrón, hijo de puta…’.
– ¿Por qué le interesaron tanto?
– Nos atraen las situaciones en las que alguien recibe un roción de insultos. Los insultos de los políticos suelen ser portada en los periódicos; los elogios, nunca. Y esa condición sorprendente fue cosa que como amante de la lengua me atrajo sobremanera. También la metamorfosis de estas palabras. Algunos pasan a ser palabras cariñosas. Muchos se saludan diciendo: «Eh, maricón…»; o halagan la sagacidad: «Qué hijo de puta»…
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