El teatro se inventó hace miles de años, y nos ha legado palabras muy antiguas. Algunas nacieron en la Grecia clásica (por ejemplo, «protagonista», que se forma sobre proto y agonistés: «primer combatiente», «primer actor»). Otras nos llegaron desde el latín (como «actor», vocablo cuya escritura no ha variado en su larguísimo camino; o «actriz», que se modificó ligeramente desde actrix).«Escena» pasó por las dos lenguas clásicas, pues la tomamos descena y a su vez venía de eskené; y también atravesaron un largo túnel del tiempo «candilejas» (de «candil»), «comedia», «espectador», «platea»… El auge del teatro italiano (algunas de cuyas compañías recorrían España hace siglos, incluso con representaciones en ese idioma) aportó nuevas palabras, entre ellas «ópera», «camerinos», «atrezo»…
Y casi de repente, ha aparecido en ese léxico preciso, hermoso, antiguo, una voz tan ajena a su tradición como backstage. Quizá por dos razones: por el desconocimiento de términos equivalentes en español o por el gusto de pronunciar un vocablo en inglés, algo tenido por prestigioso.
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