Todo empezó en aquella época en la que el latín era la lengua que se hablaba en Hispania. En la lengua del Imperio Romano existía la palabra follis que derivó en la española fuelle. El aire que expulsa un fuelle se asemeja a un resoplo. Por eso, para decir que alguien jadeaba, de follis nació el verbo follicare.
Las palabras, una vez inventadas, no se quedan ahí. Se mezclan con la Historia y con los pequeños actos cotidianos y acaban creando nuevos idiomas. El latín evolucionó para convertirse en un castellano primitivo, que jugó con las palabras hasta transformarlas y cargarlas de nuevos significados. Por eso, follicare mutó y quiso añadir al suyo un sentido más. Cuando alguien resopla y respira agitadamente, parece lógico pensar que es porque ha realizado un gran esfuerzo. Así que lo natural es que se detenga a descansar. De esta manera y con ese sentido de «pausa», «descanso» nació la antigua forma castellana de folgar, que acabó derivando en holgar.
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