Entre los asistentes a la tercera, había correctores, traductores, asesores lingüísticos y otros profesionales muy vinculados al buen uso del idioma, como periodistas y publicistas.
Lamenté en mi intervención la escasa preparación lingüística de muchos de los jóvenes periodistas, reivindiqué la figura del corrector, me dolí de que en los periódicos apenas queden correctores humanos, critiqué la mediocre solución de sustituirlos con correctores automáticos en los sistemas de edición…
Conté, incluso, varias anécdotas del oficio y de las barbaridades que en ocasiones perpetra la automatización de la corrección. Aquella –no sé si real o inventada, pero, desde luego, posible y muy esclarecedora– de una entidad en cuyos estatutos, en vez de figurar que era «una organización sin ánimo de lucro», podía leerse que era «una organización sinónimo de lucro»
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