Hace rato se viene hablando de una nueva ortografía, marcada por las exigencias de las alternativas que produce fundamentalmente internet.
El debate, de cualquier modo, no ha tenido gran repercusión en las normas. Cada quién hace lo que quiera, a nadie lo sancionan por escribir un SMS con faltas ortográficas. Pero si asumimos que la lengua es un ente «vivo», que nace, se desarrolla y eventualmente puede morir, la discusión adquiere otro matiz: ¿venimos matando lentamente el idioma?.
Hay opiniones en los dos extremos. Algunos consideran que el empobrecimiento es evidente, sobre todo en ámbitos menos profesionales. Otros son más optimistas: creen que asistimos a una transformación sensata.
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