A es la palabra con que se designa la primera letra de nuestro abecedario. Proviene del latín a. Equivale a la letra alpha, de la misma manera que nuestra b equivale a la beta griegas, de donde, etimológicamente, surge el vocablo alfabeto, término de uso universal con el que se designa ‘la reunión metódica de las letras o signos que representan los sonidos de una lengua’ o ‘el conjunto ordenado de signos convencionales fijos en que se concreta la escritura de un idioma’, como otros lo definen. La Real Academia Española, con su reconocida sabiduría y claridad, lo explica como la ‘serie de las letras de un idioma’, la más sencilla manera de precisar lo que todos conocemos y reconocemos. Esta es su función sustantiva. Ser el nombre de una letra que representa un fonema. Como las demás vocales, pluraliza mediante el agregado de la desinencia -es: aes, ees, íes, oes, úes. «Amor» tiene una letra a, «casa» tiene dos aes.
Como preposición, que es su papel fundamental, más variado y extenso, proviene del latín ad, y se documenta desde los pasos iniciales de nuestro idioma en el siglo XII. Algunas veces puede adoptar los papeles de adverbio y de conjunción, como más adelante veremos, pero es su función prepositiva, obviamente, la que más nos interesa. En esta condición, puede acompañar a los sustantivos para expresar, con respecto al verbo, los tres complementos del predicado oracional: directo, indirecto y circunstancial, o sea, los tres casos de la declinación latina: acusativo, dativo y ablativo.
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