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| Caius Apicius (Agencia Efe)

Nombre bueno, nombre malo

Poco podía imaginar Colón cuando la incluyó entre los productos nuevos y curiosos que llevó a España al regreso de su primer viaje, en 1493, la confusión a la que daría origen, con el tiempo, un tubérculo hallado en Haití conocido con el nombre de batata, voz procedente del taíno.

Platos elaborados con batata, en unas jornadas que se celebras en la localidad malagueña de Vélez- Málaga. ©Efe/Enrique Hidalgo

Si la hubiera conocido allá donde se llamaba camote, que es palabra náhuatl, que por entonces era una lengua bastante extendida por Mesoamérica, quizá no se hubiera producido esa confusión; pero el hecho es que si ustedes hablan hoy en España de camotes nadie va a entenderles.

Si la citada es la batata, sí. Se incorporó pronto a los usos y costumbres, y arraigó con facilidad en el sur de España, más concretamente en Málaga.

El problema vino cuando pasó a ser llamada, cualquiera sabe por qué, patata de Málaga. Patata, no batata. Esa mínima modificación de una consonante labial oclusiva sonora a otra consonante labial oclusiva, pero sorda, ha despistado a no pocos investigadores bienintencionados a lo largo de los tiempos.

Hoy tenemos bastante claro que, por ejemplo, las patatas a las que se refería Santa Teresa de Jesús en una carta a la superiora de un convento sevillano del Carmen eran batatas. Patatas de Málaga.

Ya hay referencias escritas a la batata en 1516, cuando todavía no habían descubierto los hombres de Pizarro la papa, hoy patata en gran parte de España. Y la papa no se incorpora a la cocina española hasta el siglo XVIII.

Así que batatas. Ya ven que los autores que, con la mejor de las intenciones, sitúan el conocimiento culinario conventual de la patata en el último tercio del XVI (la carta de la santa abulense está datada en 1577) adelantan los hechos casi un par de siglos.

Aceptemos que hay algún parecido visual entre una papa y una batata, aunque no tienen nada que ver ni siquiera botánicamente, pues la papa es una solanácea y la batata una convolvulácea. Pero es que cocinada, no hay la menor semejanza. De hecho, uno de los nombres que se le dan a la batata es el de patata dulce, porque es dulce. Para acabar de complicar las cosas, digamos que en portugués papa se dice batata.

Hoy en España se conoce bien la batata, que siempre ha sido ingrediente de algún plato popular, caso del multicolor puchero canario, al que alegra con su color y su dulzor. Se usa, también, en repostería.

Pero dejando aparte a Canarias, que desde siempre conoce, usa y aprecia la batata, van a encontrarse ustedes con otro lío si quieren seguir la pista de la batata en la Península Ibérica. Porque durante mucho tiempo nadie le llamó batata, sino boniato. Es una palabra cuyo origen no está muy claro.

Corominas, en su Diccionario Etimológico, dice que su uso como sustantivo es muy raro hasta el siglo XVIII, pero que antes se usó como adjetivo «como aplicación a las plantas dulces o inofensivas, opuestas a las picantes o venenosas» (yuca boniata, ají boniato), de donde deduce que puede ser una derivación culta de la palabra bueno.

El hecho es que hoy, en España, la batata, aunque infrautilizada, tiene un prestigio del que carece el boniato, que fue muy popular en los duros años de la posguerra española, en los que la imagen de un hombre soplándose las puntas de los dedos mientras trata de pelar un boniato recién asado estaba asociado a las clases sociales que peor lo pasaban. Era una barata forma de matar el hambre.

Así que no es lo mismo decir batata que boniato. Es lo mismo, sí, pero no es lo mismo. La batata tiene sitio ahora en la cocina española moderna; el boniato se asocia a malos tiempos. El camote es un ilustre desconocido. Ya ven qué razón tenía Oscar Wilde cuando le daba importancia al hecho de llamarse Ernesto.

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