Noticias del español

| MIGUEL ÁNGEL BASTENIER (El País.com, España)

Neologismos y barbarismos en el español de dos océanos

La Academia parece como si estuviera arrepentida de antiguos imperialismos y hoy acepta casi todos los términos. El resultado es que ni están todos los que son, ni son todos los que están.

No hay un español de España, y otro de América Latina, sino numerosas modalidades de la lengua española, aun dentro de un mismo país, tan válidas unas como otras. En los años 60, cuando yo estudiaba en Inglaterra, aparecía un aviso en un importante dominical de una academia de idiomas, que se vanagloriaba de dar clases hasta en 87 lenguas. Y en esa larga lista aparecían dos altamente peculiares: el spanish y el latinoamerican spanish, como si este último fuera uno solo y diferente, tanto que pudiera estudiarse separadamente del spanish, al tiempo que fuera una realidad monolítica. Y claro que hay diferencias, pero no de bloque a bloque, sino que antes que de continentes separados y contrapuestos, hay que hablar de constelación en la que cada uno ocupa el lugar que le corresponde. Así, el español de la meseta colombiana está mucho más próximo al de Castilla la Vieja, que al venezolano usual, y el costeño colombiano sí que se parece, en cambio, al venezolano caribeño: en ambos casos, chévere; el porteño y lo que se habla en Montevideo son primos hermanos, y el chileno es un producto genuino e inimitable por el resto del universo lingüístico del español.

Todo ello predica la necesidad de un canon común, que establezca lo que es correcto, sin perjuicio de que por fuera de la norma, pero no contradiciéndola, siga siendo ese castellano local plenamente legítimo. Ese canon ha de tener como una de sus bases un procedimiento de inclusión y naturalización de vocablos nuevos, bien sean castizos o foráneos. Nacionalizamos palabras cuando las incluimos en el diccionario, tanto el general de la RAE, que contiene unos 90.000 vocablos, como las recopilaciones de americanismos, que todos sumados agregan bastantes más, y son tan correctos como los primeros en sus respectivos dominios. Pero la gran cuestión reside en resolver qué entra, cómo entra, y qué no en el acervo de la lengua, lo que, por añadidura, resulta de importancia capital para el español periodístico.

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