Regla número uno que cualquier sujeto debe conocer: en medio de un negro panorama, cuando crees que nada puede ir a peor, va la vida y te sorprende. Así, las desgracias se acumulan tras de sí como en una partida de dominó sin ni siquiera conocer la razón de tu desdicha. Y en esas, justo en el momento de mayor zozobra, sumergido en medio del estupor que invade cualquier sucesión lógica de los acontecimientos, solo se te ocurre farfullar la tan manida expresión «¡manda huevos!». Más adelante pensarás en las posibles soluciones, pero lo primero es lo primero: una conjunción universal inherente a cualquier clase o condición que pocas veces nos hemos planteado de donde proviene.
De la mano de Pancracio Celdrán, padre de El gran libro de los insultos, en ABC.es queremos desgranar las principales curiosidades que atesora este gran abanico de palabras malsonantes (o no) registradas en nuestro diccionario. «Ante lo irremediable, con significado parecido a frases como ‘no hay otra salida’ decimos ‘manda huevos’. Un manuscrito del siglo XVIII, referido a la autoridad de cierto alcalde de corte dice: ‘Y diga Su Señoría lo que mande huevos, que todos entendemos que la voluntad de Su Señoría se habrá de ejecutar’. Es decir: Ordene Su Señoría lo que se ha de hacer por dictarlo así la necesidad», explica en su obra.
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