Por primera vez en su historia, los traductores han decidido asistir con caseta propia a la Feria del Libro de Madrid, donde han programado numerosos actos y firmas de libros, con los que quieren recordar a los lectores que producen una media de más de 14 000 títulos al año.
Sergio España y Reyes Bermejo son dos de los traductores que se encuentran en la caseta de Asetrad (Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes) en esta jornada de la 77 edición de la Feria del Libro, un espacio donde hay carteles en los que pueden leerse frases como «Yo fui quien le puso la tilde al corazón de Romeo y Julieta» o «Ese lugar de la Mancha está en mayúsculas gracias a mí».
«El traductor es el mejor lector del libro, el más profundo. Hay veces que pensamos y le damos más vueltas al sentido de una palabra o una frase que el propio autor. La obra se convierte en tu niño», indica a Efe Sergio España.
Traducir una novela de 300 páginas puede llevar cuatro o cinco meses de trabajo y el traductor literario, profesional autónomo, cobra por plantilla de 2 100 caracteres. No dicen lo que perciben por ello, porque depende de los contratos que firmen con las editoriales, pero aseguran que no están bien pagados.
Según ACE Traductores, la sección autónoma que agrupa a estos profesionales en el seno de la Asociación Colegial de Escritores, solo diez empresas o grupos de empresas controlan cerca del 75 % del mercado editorial, por lo que la capacidad de negociación de los traductores en los contratos «se reduce a cero».
Según el informe que ACE Traductores presentó en septiembre de 2017 en el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte sobre el valor económico de la traducción editorial, estos profesionales aportan a las editoriales el 35 % de su facturación anual —es decir, en torno a 294 millones de euros— y a pesar de ello, debido a la bajada de las tarifas, acumulan «una enorme pérdida de poder adquisitivo».
«Las tarifas están estancadas desde hace 15 años», recalcan Sergio España y Reyes Bermejo, que explican además que el 80 por ciento de los profesionales de la traducción son mujeres.
Para recordar la importancia de su trabajo y su reflejo en las ventas destacan otro dato: dos de los tres libros de ficción más leídos el pasado año en España fueron títulos traducidos: Origen, de Dan Brown, y Una columna de fuego, de Ken Follet.
También denuncian el intrusismo en la profesión: «hay mucha mala traducción porque hay que hacer una carrera y es necesario tener una formación en traductología», explica España, especialista en cómics, que reconoce, no obstante, que España es uno de los pocos países donde existe una licenciatura.
«Traducir un libro es como interpretar una partitura al piano: depende del pianista dar un tono u otro», recalca este traductor que insiste en que «hay que ser fiel al original».
¿Un mal libro puede ser salvado por una buena traducción?: «Si es literatura no debería ser salvado por la traducción, hay que respetarlo; si es el manual de una lavadora, sí», explica.
Lo que sí hace un traductor es encontrar soluciones para, por ejemplo, hacer comprensible un chiste o una ironía del original que no se entiende en otra cultura.
«De lo que se trata es que el lector de un libro traducido sienta lo mismo que experimentó el que lo pudo leer en la lengua original», sostienen.
Profesionales cuyos nombres, en muchas ocasiones, ni siquiera aparecen en la cubierta del libro. Y eso a pesar de que la Ley de Propiedad Intelectual reconoce la autoría del traductor, que cede la explotación de su obra temporalmente a las editoriales mediante un contrato, pero nunca perderá la propiedad de la traducción.