Puedo escuchar a Jack Torrance tras los maderos de la puerta, amenazando con destruir la normativa hispanohablante a golpe de disparate lingüístico. Ah, queridos, qué tiempos aquellos cuando el castellano florecía sobre los páramos de asceta de Castilla, con el Cid y Alfonso X cabalgando por él a lomos de un caballo libre y altivo. Ahora me abrazo al Diccionario panhispánico de dudas, como la sombra errante de Caín que siempre quise ser, esperando a que la RAE me saque de este mundo repleto de vicios opuestos a la enseñanza moral que los académicos transmiten.
Vicio. Vicio por todas partes. La docta casa no se decide a limpiar, fijar o dar esplendor mientras yo solo consigo imaginarme a Dante recogiendo cada uno de los pecados en su Divina comedia, recreándose con las pobres almas que moran por el Purgatorio cargando pesadas piedras. Es entonces cuando, empapado de Dolce Stil Nuovo, cojo la pluma y, como si de un poeta del extrarradio se tratara, me dispongo a enumerar el vicio que, a estas alturas de la mañana, ya no me abandona. No busquen reproche en lo expuesto, es solo una crónica de los siete pecados gramaticales que nunca me atreví a enumerar… pero siempre hay una mañana dantesca para todo.
[…]
Leer más en jotdown.es