Noticias del español

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| Alberto Gómez Font (Barcelona, 1955). Filólogo
Ómnibus (N.º 15 Ano III junio 2007). Revista intercultural del mundo hispanohablante.
Véase enlace: http://www.omni-bus.com/n15/font.html

LOS DICCIONARIOS ME PERSIGUEN Y ME RODEAN

Si levanto la cabeza y miro hacia las estantería que hay detrás de mi computadora lo primero que veo son algunos diccionarios de árabe-español, árabe-francés, árabe-inglés y unos cuantos más del dialecto árabe hablado en Marruecos; estos últimos los colecciono.


Si le doy la vuelta al sillón giratorio veo, en las estanterías que tengo a mi espalda cuando escribo, algunos diccionarios de francés, italiano, inglés, catalán, latín y un buen montón (que conste que no están amontonados) de diccionarios de la lengua española o castellana. También hay otro buen montón de libros y manuales de estilo que son, al fin y al cabo, primos hermanos de los diccionarios de dudas, de los que ahora mismo estoy atisbando tres. Y entre esos diccionarios hay uno liliputiense; mide 5,5 cm de alto por 4 cm de ancho y 1,5 cm de grueso, tiene 638 páginas y se llama Diccionario ortográfico Mikron, sus autores son Alejandro de Gabriel y F. Plans y Sanz de Brémond y está publicado en Madrid por la editorial Mayfe en 1961.

Todo lo anterior está en el despacho de mi casa; pero si hubiese empezado a escribir esta historia en mi despacho de la Fundación del Español Urgente, tendría que haberme levantado del asiento para ir hasta donde tenemos todos los diccionarios que usamos en nuestra labor cotidiana de revisión y corrección de textos y de asesoría lingüística. Lo de que tenga tantos diccionarios de árabe tiene una fácil explicación y, cómo no, un culpable: la explicación es que estudié la carrera de Filología en una rama llamada Árabe e Islam, y el culpable fue Pedro Martínez Montávez, catedrático de Lengua y Literatura Árabes, a quien a pesar de meterme en ese lío sigo apreciando y admirando. Ocurría en aquellos años que no había diccionarios de árabe-español y por eso casi todos los que están en mi biblioteca son en inglés o en francés.

La colección de diccionarios de dialecto árabe marroquí es producto de un trabajo de investigación que comencé poco tiempo después de terminar la carrera y que aún sigue vivo, con la publicación de algún que otro artículo sobre esos libros y también sobre las gramáticas de ese mismo dialecto.

Los otros, los diccionarios de español y los libros de estilo y los diccionarios de dudas, son mis herramientas de trabajo desde 1980, cuando el entonces presidente de la Agencia Efe, Luis María Anson, creó el Departamento de Español Urgente y tuve la suerte de que invitaran a formar parte del primer equipo de filólogos que atenderían ese nuevo servicio. Fue una suerte trabajar en ese grupo junto a Carlos Ramírez Dampierre, Guillermo Lorenzo y Pedro García Domínguez, de los que tanto aprendí, y fue un lujo asistir a las reuniones del Consejo Asesor de Estilo, los lunes por la tarde, formado por los grandes maestros Fernando Lázaro Carreter, Manuel Alvar, Antonio Tovar y Luis Rosales, de la Real Academia Española, y José Antonio León Rey, de la Academia Colombiana, de los que hoy, tras su muerte, me queda el recuerdo de su cariño y su saber.

Allí, en el despacho de la tercera planta de la Agencia Efe, comenzamos nuestra labor de revisión de las noticias que salían por el teletipo y nuestro servicio de atención a las consultas que los redactores de la casa nos hacían por teléfono. Y allí, sobre nuestras mesas de trabajo, había cuatro diccionarios, un manual de estilo y una gramática: la 19.ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española (de 1970), el Diccionario de dudas de la lengua española de Manuel Seco (edición de 1979), el Diccionario de incorrecciones y particularidades del lenguaje, de Andrés Santamaría y Augusto Cuartas (edición de 1967) y el Collins Spanish-English English-Spanish Dictionary (edición de 1980, autografiada años después por su autor, Colin Smith, en una visita a nuestro departamento). El manual de estilo era el de la Agencia Efe y se titulaba precisamente así: Manual de estilo. Se trataba de la 2.ª edición, de 1980, y era no venal. Y la gramática era el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española de la Real Academia Española, editado en 1979. Fue pasando el tiempo y, poco a poco, fueron llegando nuevos diccionarios a nuestro despacho. Pedimos que nos compraran uno que no podía faltar y de inmediato lo tuvimos con nosotros: el Diccionario de uso del español de María Moliner, obra de la que aprendimos y seguimos aprendiendo y que nos era imprescindible para resolver dudas sobre los regímenes preposicionales. En 1981 alguien dijo que nos hacía falta el Diccionario de gentilicios y topónimos de Daniel Santano y León, unos de los libros que más he usado desde entonces y uno de los culpables directos de mi afición al estudio de la toponimia.

El desembarco en nuestra biblioteca de tres diccionarios franceses fue muy importante, pues los tres llegaban para llenar vacíos en la bibliografía de la que por aquel entonces podíamos disponer en español: El Nouveau Petit Robert (dictionnaire alphabétique et analogique de la langue française) de Josette Rey-Debove, el Dictionnaire des mots contemporains, de Pierre Gilbet y el Dictionnaire des anglicismes de Josette Rey-Debove y Gilberte Gagnon. Sobre esta última materia, los anglicismos, sí teníamos un diccionario, y muy bueno, tan bueno que aún hoy, treinta y siete años después de su edición (en 1970) sigue siendo una de las obras que consultamos frecuentemente: el Diccionario de anglicismos de Ricardo J. Alfaro.

En 1984 llegó la siguiente edición (20.ª) del DRAE, publicada en dos tomos y ese mismo año nos compraron el recién publicado Diccionario internacional de Siglas y Acrónimos, de José Martínez de Sousa, libro que usamos mucho, durante muchos años y del que todos los que trabajamos con él seguimos echando de menos una nueva edición. Al año siguiente vimos de nuevo ese nombre —José Martínez de Sousa— en otro libro esencial para nuestro trabajo, tan esencial que lo bautizamos como «la Biblia de la ortografía»: era su Diccionario de ortografía, publicado por Ediciones Anaya.

Dos años después, en 1986, llegó a nuestras manos otra gran obra, uno de los mejores diccionarios que, a mi parecer, se han hecho hasta hoy: el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares, libro que nos fue siempre de gran utilidad para ayudar a los redactores de noticias en su incesante y apresurada búsqueda de sinónimos.

En 1989 la biblioteca de consulta del Departamento de Español Urgente creció un poquito más con la llegada de otro libro que usaríamos mucho durante muchos años: el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, de la Real Academia Española, en el que se recogían muchas voces que aún no habían entrado en el DRAE y estaban a la espera del visto bueno final de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y ese mismo año se sumó a nuestra colección una nueva edición del Diccionario de incorrecciones, particularidades y curiosidades del lenguaje en la que, además de los autores de la anterior (Santamaría y Cuartas), aparecían dos coautores más: Augusto Mangada y José Martínez de Sousa.

Seguían llegando libros a nuestras mesas de trabajo y seguíamos disfrutando con los nuevos diccionarios que íbamos descubriendo, aunque ya teníamos nuestros preferidos, los que usábamos todos los días, los que ya tenían el lomo pegado con cinta adhesiva: el DRAE, el María Moliner, el Casares y el de dudas de Seco. Aún hoy pueden verse esos diccionarios reposando, descansando, en un discreto lugar de la biblioteca de la Fundación del Español Urgente.

Pasaron algunos años sin que el DRAE y el María Moliner tuvieran competidores directos en nuestra mesa de trabajo; competidores en el campo de los diccionarios generales de la lengua española, hasta que en 1997 me invitaron a la presentación de uno nuevo. El acto, un desayuno para la prensa en una salita del Hotel Ritz de Madrid, estuvo muy bien preparado en todos los sentidos, especialmente, cómo no, en el de la mercadotecnia: tras la presentación de la obra hicieron un ejercicio de comparación con su rival más directo, el DRAE. Sobre la mesa estaban los dos diccionarios y el presentador buscó en ambos algunas palabras tomadas del programa de un congreso que acababa de celebrarse en Zacatecas (México), el I Congreso Internacional de la Lengua Española: «El español y los medios de comunicación». Recuerdo bien dos de aquellas palabras: gafetes y egresada. La primera tomada de la primera página del programa, donde se nos indicaba a los invitados al congreso que debíamos pasar por el Hotel Quinta Real a recoger la documentación y los gafetes. La segunda estaba en la breve reseña biográfica de la periodista venezolana Elsy Manzanares, coordinadora del panel titulado «El español en la radio», de quien se informaba que estaba egresada en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Central de Venezuela.

Miraron en el DRAE y gafete era (y aún hoy sigue así en ese diccionario) un broche metálico de macho y hembra, mientras que en el nuevo diccionario era una tarjeta de identificación que va sujeta a la ropa, con la explicación de que ese significado es propio de algunos países de América. Demostrado lo que querían demostrar, siguieron con la prueba buscando en el DRAE el verbo egresar o los participios egresado/egresada, pero no los encontraron, no estaban. Sí estaban, en cambio, en el otro diccionario, donde decía que egresado/a significa, en algunos países de América, graduado o licenciado.

También hicieron especial hincapié en esa presentación en dos puntos más que diferenciaban al nuevo diccionario del de la Academia: había ejemplos de uso en todas las entradas, en las palabras que lo necesitasen se daban también los posibles sinónimos y también se incluían notas gramaticales, ortográficas y de uso. El libro que se presentaba era el Clave. Diccionario de uso del español actual, con un prólogo de Gabriel García Márquez en el que el autor cuenta su descubrimiento del diccionario, cuando su abuelo el coronel se lo mostró para que viera la diferencia entre camello y dromedario, después de visitar un circo donde había animales para él desconocidos. El mismo diccionario que lo dejó en las tinieblas cuando al buscar la palabra amarillo vio que la descripción que daba de esa voz era 'Del color del limón'; en su tierra los limones eran verdes.

Ese nuevo diccionario, el Clave, pasó a ser otro de los elegidos para el trabajo diario del Departamento de Español Urgente; tras él aparecieron otros similares (Lema, Salamanca, etc.), todos muy buenos, que competían en justa lid con el de la Academia y llenaban espacios en la lexicografía en español.

Y fue en el Departamento de Español Urgente donde nació el único diccionario del que puedo decir que soy autor. Primero, en 1992 y 1996, aparecieron dos libros en los que se recopilaron las notas sobre el uso del español que redactaba con la colaboración de mis compañeros filólogos Pedro García Domínguez y Pilar Vicho Toledo, titulados Vademécum de español urgente I y II, y con los materiales recogidos en esos dos libros y los que ya estaban preparados para un tercer volumen se elaboró el Diccionario de español urgente, editado por SM en el 2000, con prólogo de Alfredo Bryce Echenique.

Sin saberlo en aquel momento, también fui, junto con mi buen amigo Álex Grijelmo, indirectamente culpable de que se emprendiese la elaboración del Diccionario panhispánico de dudas. Grijelmo y yo presentamos en 1997, en el congreso de Zacatecas, un proyecto que tomó el nombre de esa ciudad —el texto de la presentación puede verse en las actas editadas en la página de internet del Instituto Cervantes: http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/prensa/proyectos/gomezfon.htm y http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/prensa/proyectos/morenode.htm—, en el que, siguiendo una idea de Fernando Lázaro Carreter, proponíamos la redacción de un libro de estilo común para todos los medios de comunicación del mundo hispanohablante. Aquel proyecto arrancó con el apoyo del director de la Academia Mexicana de la Lengua Española, José Moreno de Alba, el secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Humberto López Morales, y el Instituto Cervantes, representado por su director académico, José Manuel Blecua.

Dos años después dejaron de celebrarse las reuniones de trabajo que teníamos en la sede del Instituto Cervantes en Madrid y al poco tiempo la Asociación de Academias de la Lengua Española anunció un nuevo proyecto: el de un diccionario en el que se recogerían todas las dudas de uso del español de América y de España. De inmediato nos llamó (a Grijelmo y a mí) el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, y nos pidió que colaborásemos en esa obra, cuyo título sería, de aprobarse así, algo como Diccionario panhispánico de dudas.

En aquel momento usábamos en el Departamento de Español Urgente cuatro magníficos diccionarios de dudas que aún hoy siguen siendo importantes en nuestro trabajo: el Diccionario de dudas e irregularidades de la lengua española de David Fernández, el Diccionario de usos y dudas del español actual de José Martínez de Sousa, el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco y el Diccionario de los usos correctos del español de Alicia María Zorrilla. Eran y siguen siendo el tipo de libro que más nos ayudaba en nuestro trabajo, y el anuncio de que comenzaba a gestarse uno nuevo fue muy bienvenido en nuestro equipo.

La edición en CD del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (DRAE) y del Diccionario de uso del español de María Moliner fue uno de los grandes saltos anteriores a los diccionarios en línea. Tener aquellos dos discos compactos y poder manejarlos en nuestras computadoras supuso un adelanto muy importante para nosotros, aunque siguiésemos teniendo cierta tendencia a disfrutar tocando y hojeando los libros, oliendo la tinta y el papel, no puede negarse la gran comodidad y el gran avance que supuso tener esas dos obras (y más adelante el Diccionario Clave) en la pantalla de los ordenadores.

No podíamos imaginar aún que habría más adelantos y que pocos años después gozaríamos de algo que hoy parece normal, pero que a su llegada fue un acontecimiento importante para los que usamos a diario obras lexicográficas: la edición del DRAE en la página de internet de la Academia. Esa edición nos permite, desde entonces, tener ante nosotros un diccionario más al día que la versión en papel, una versión más actual, pues periódicamente van introduciéndose las novedades que aparecerán en la siguiente edición (la 23.ª).

En esa versión virtual del DRAE se observan, además, algunos cambios que ya habían comenzado en la edición impresa: se añaden ejemplos de uso, notas ortográficas y aparece con más frecuencia la marca Esp. como indicadora de que se trata de un uso solo del español de España.

El miércoles 17 de noviembre del 2004, en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Rosario (Argentina), se presentó oficialmente el Diccionario panhispánico de dudas, y allí, en el teatro El Círculo, el director de la Real Academia Española dijo que ese diccionario había nacido, sin saberlo, en Zacatecas, gracias a una propuesta de Álex Grijelmo y Alberto Gómez Font. Poco tiempo después se pusieron algunos fragmentos en la página de internet de la RAE y más adelante su versión completa. Así, ya no solo tenemos acceso en la red a dos importantes diccionarios de la lengua general, sino también a uno de los buenos diccionarios de dudas que hay hoy en las librerías; un diccionario en cuyo proceso de redacción se tuvieron en cuenta las explicaciones contenidas en todos los libros similares ya existentes, las de los principales manuales y libros de estilo de los medios de comunicación y todos los materiales archivados en el servicio de consultas por correo electrónico («Español al día») de la RAE, y en el que yo tuve el honor de colaborar en la parte dedicada a los topónimos y gentilicios. (Días antes de la presentación oficial de Rosario se celebró otra en Madrid, el 10 de noviembre del 2004, en la Real Academia Española, a la que estuvieron invitados representantes de los principales medios de comunicación de América y España, que se comprometieron a usar el nuevo diccionario como complemento a sus libros y normas de estilo.)

Ya de vuelta de la Argentina a Madrid, en el aeropuerto de Buenos Aires me entretuve un rato en la librería, una buena librería, con una sección dedicada a libros sobre lengua española y diccionarios. Nunca había visto tantos y tan interesantes libros de ese tipo en la librería de un aeropuerto; allí estaba hasta el María Moliner, y no lograba imaginar quién compraría esos dos voluminosos tomos para meterlos en el equipaje de mano… Uno de los diccionarios más bonitos que han pasado por mis manos lo compré allí, pensando en regalárselo a mi amigo Francisco Muñoz, secretario general de la Fundéu, y acerté, pues le gustó mucho; era el Léxico marinero (Diccionario náutico ilustrado) de Hernán Álvarez Forn. El autor, en una introducción titulada «Antes de embarcarnos», cuenta la siguiente anécdota que muestra lo complicado de ese lenguaje y por qué decidió escribir el diccionario: «Un día me encontré con un viejo marino y, para aprovechar aquello de la sabiduría de nuestros mayores, le pregunté qué era un sobrebrazal.

«-Muchacho: sobrebrazal es la pieza total que se pone sobre cada uno de los brazales, cruzando los escarpes o empalmes de los parciales que componen uno y otra. Sirve para mayor fortificación de aquel y para clavar contra ella las tablas de las batayolas, y lleva dos tolinos formados de su misma madera, para que contra ellos rocen los calabrotes cuando el buque se espía».

Poco tiempo después de la vuelta a Madrid hubo un cambio importante en el Departamento de Español Urgente de la Agencia Efe, donde llevaba trabajando más de 24 años (desde su creación, en octubre de 1980): por decisión del nuevo presidente (había tomado posesión en mayo del 2004) de la Agencia Efe, Álex Grijelmo, desparecía el departamento y nacía la Fundación del Español Urgente (Fundéu) —www.fundeu.es— con el patrocinio del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) y de la Agencia Efe, y apadrinada por la Real Academia Española, el Instituto Cervantes y la Fundación San Millán.

La recién nacida Fundéu (comenzó a trabajar en febrero del 2005) contaba con más medios y más personal que el anterior departamento y hubo que adecuar la biblioteca de consulta a las nuevas necesidades; decidimos que hubiera sobre cada mesa de trabajo una serie de libros de uso cotidiano que evitaran que los nuevos miembros del equipo tuvieran que levantarse a cada momento para ir hasta los anaqueles de la biblioteca. Los libros escogidos fueron: la Ortografía de la lengua española de la Real Academia Española, la Ortografía de uso del español actual de Leonardo Gómez Torrego, el Manual de estilo de la lengua española de José Martínez de Sousa, el Manual de español urgente de la Agencia Efe, el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco, el Diccionario de usos y dudas del español actual de José Martínez de Sousa, el Diccionario Panhispánico de Dudas de la Asociación de Academias de la Lengua Española y el Diccionario Vox de uso del español de América y España. (La presencia sobre nuestras mesas de trabajo del Diccionario panhispánico de dudas se debe a que en aquel momento aún no estaba accesible en la internet, y la ausencia del DRAE y del Clave —obras esenciales en nuestro trabajo diario— se debe a lo contrario: a que ya estaban editados en la red.)

Que esos diccionarios sean los mas usados en la Fundéu tiene su explicación: consideramos que son los mejores para nuestro trabajo, los que nos dan las explicaciones y las soluciones a las dudas que tenemos que resolver, los que sirven de apoyo a nuestras advertencias sobre los usos incorrectos del español en los medios de comunicación.

Además de ellos, hay otros que nos sirven para el trabajo de revisión y actualización de nuestro Manual de Español Urgente (MEU), labor que desarrollamos en las reuniones quincenales del Consejo Asesor de Estilo, actualmente formado por Gregorio Salvador, vicedirector de la Real Academia Española; Humberto López Morales, de la Academia Puertorriqueña y secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española; Valentín García Yebra, de la Real Academia Española; Leonardo Gómez Torrego, del Instituto de Filología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; José Luis Martínez Albertos, catedrático de Redacción Periodística de la Universidad Complutense, y Carlos González Reigosa, periodista jubilado de la Agencia Efe.

Tanto cuando nos llamábamos Departamento de Español Urgente como ahora, ya siendo la Fundéu, de las sesiones de trabajo de ese consejo han salido muchos materiales que luego se han ido incorporando al DRAE, bien como nuevas entradas o bien en forma de nuevas acepciones o cambios en las ya existentes; somos una de las fuentes de información que influyen directamente en ese diccionario, pues las anotaciones que ahora llevan Gregorio Salvador o Valentín García Yebra, y antes llevaron Fernando Lázaro Carreter o Manuel Alvar, con datos de asuntos tratados en nuestras reuniones, llegan a las sesiones de la RAE donde se deciden los cambios y las adiciones al diccionario.

A esas reuniones, en las que me toca el papel de coordinar el trabajo y anotar los cambos y añadidos que decidimos para el MEU, llevo unos cuantos diccionarios de los que ya he nombrado y algunos más, muy útiles para lo que allí hacemos: el Nuevo diccionario de voces de uso actual de Manuel Alvar Ezquerra, el Pequeño Larousse Ilustrado (muy usado en Latinoamérica) y el Nuevo diccionario de anglicismos de Félix Rodríguez González.

De todos esos libros nuestros preferidos son los tres que más usamos y a los que más caso hacemos: el DRAE, el Diccionario panhispánico de dudas y el Diccionario Vox de uso del español de América y España, y de esos tres el más completo, más actual y con mucha información del español de América (materia de especial interés para la Fundéu) es el VOX, complemento indispensable de los otros dos. La terna perfecta para una buena tarea. Y ese último es el que yo elegiría si quisiera regalarle un diccionario a algún amigo, porque es muy bueno y también porque los otros dos pueden verse en la internet, dos diccionarios a los que hay personas que se dedican a verles solo los defectos (la RAE tiene enemigos impenitentes) y de los que casi nadie ensalza sus virtudes, que son muchas, tantas que esos defectos se quedan en mera anécdota.

De esas virtudes quizá la más importante es que la última edición del DRAE tiene mucha más información que las anteriores (y que los demás diccionarios) sobre el español de América, gracias a la magnífica labor de Humberto López Morales, quien desde su cargo de secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española ha logrado que la comunicación entre todas las academias americanas, filipina y española sea constante y produzca los resultados buscados, es decir, el envío permanente de materiales que permitan enriquecer el diccionario y mantenerlo actualizado. Se trata, hay que recordarlo, de un diccionario editado por la Real Academia Española en representación de todas las demás; un diccionario del español de más de 400 millones de hablantes, de los que España solo representa un diez por ciento. De esa misma riqueza de información y de ese mismo aporte de materiales se ha nutrido también el Diccionario panhispánico de dudas, elaborado por una comisión de representantes de las academias americanas, filipina y española.

De este último diccionario, el Panhispánico, son destacables muchas cosas, pero para mí la más importante es la valentía (o el sano atrevimiento) de adaptar al español términos extranjeros, como by-pass, que aparece como baipás (con su plural baipases). Pude observar directamente esa tendencia a la adaptación gráfica cuando me mandaron, para que las revisara y corrigiera, todas las entradas sobre topónimos y gentilicios (la parte del diccionario para la que, a petición del director de la RAE, les había aportado materiales). Allí vi cómo iban un paso por delante al proponer que se escribiera Bangladés en lugar de Bangladesh y Taskent en lugar de Tashkent (entre otros), y me gustó mucho ese atrevimiento, pues yo mismo lo había mencionado en alguna de las ocasiones en las que hablaba o escribía sobre toponimia, pero no se lo había propuesto a los redactores del diccionario, es decir, hubo telepatía.

No quiero terminar este relato sobre los diccionarios que me persiguen y me rodean desde hace años sin mencionar uno muy especial: dije antes que el Diccionario de gentilicios y topónimos de Daniel Santano y León fue uno de los culpables directos de mi afición al estudio de la toponimia; pero hay otro, el Diccionario Geográfico de Correos de España, con sus posesiones de ultramar, de Andrés González Ponce, editado en Madrid en 1855, que es una joyita bibliográfica que me hace pasar muy buenos ratos descubriendo la historia real de los topónimos españoles, hoy que tantos problemas nos crean los políticos con los nombres oficiales en las otras lenguas de España. En ese diccionario el autor nos informa de que Madrid tiene más de 280.000 habitantes y unos 8.400 edificios, 12 distritos, 89 barrios y 18 parroquias.

Empecé esta historia hablando de los diccionarios que tengo enfrente cuando estoy trabajando en el despacho de mi casa, y ahí está otro de mis libros preferidos: el Vocabulario Español-Arábigo del Dialecto de Marruecos (con gran número de voces usadas en Oriente y en la Argelia), del muy reverendo padre fray José Lerchundi, editado en la Imprenta de la Misión católico-española de Tánger en 1892. Otra joya.

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