Tres hombres resultan heridos en Valencia por un «ajuste de cuentas»; un menor muere en un «ajuste de cuentas»; y un «ajuste de cuentas» entre ultras provoca el homicidio de un hincha del Deportivo.
Cuando escuchamos esa expresión, todos nos quedamos más tranquilos. Quizá la policía lo sabe, y por ello la usa a menudo en sus comunicados: el “ajuste de cuentas” parece un asunto bilateral y privado, y aleja del suceso a los demás ciudadanos.
El asesinato de una persona que circulaba normalmente por la calle hace que podamos ponernos en su lugar, porque nosotros circulamos normalmente por la calle. El robo a mano armada en una tienda de regalos nos hace vernos dentro de ella para comprar, o al otro lado del mostrador como posibles dueños, o como amigos o parientes de alguien que trabaja en una tienda de regalos; lo mismo que el atraco en un banco, donde nos imaginamos cajeros o clientes. En esos casos no nos creeríamos tan ajenos al suceso.
Pero si alguien atribuye el acto de violencia a un «ajuste de cuentas» nos sabemos a salvo: se trata de cuentas pendientes entre el asesino y el asesinado, en las que no tenemos nada que ver. Cosas de otros.
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